Foto por Marieta Alonso |
Se levantó a las cinco de la mañana. Intentó no pensar mientras se vestía, cerró con llave la puerta de su casa y se puso frente al volante de su 4 x 4. La radio le entretuvo todo el camino. Poco a poco fue llegando a su destino.
El pueblo visto de lejos parece que está bien, las casas tienen la misma altura y color, las chimeneas están en funcionamiento. A medida que se acerca siente que el asfalto deja mucho que desear, ve los hogares que en realidad son chabolas y la vista se le nubla al oler el basurero municipal que cada vez se aproxima más a los arrabales. El centro, en cambio, ya es otra cosa. El olor a jazmín, a rosas, impregna el ambiente.
Son las nueve de
El estómago le avisa de que está vacío. Apetece zumo de naranja, café con leche y la tostada de aceite. Decide que lo primero, lo importante, es desayunar. Ya tendrá tiempo de llevar a cabo el propósito de su viaje.
Entra en una cafetería de
Piensa que la plaza sería una maravilla si fuera peatonal. ¡Qué tontería! Todas las cosas tienen un lado bueno y otro malo. Si fuera peatonal él no hubiera podido aparcar a tiro de piedra como lo había hecho.
A medida que pasa el tiempo la muchedumbre se convierte en tumulto. Muchas otras calles están desiertas; en cambio, la plaza siempre está a rebosar.
Se levanta y va hacia su coche. Ha llegado el momento. Se sienta con total tranquilidad y aprieta el botón.
En un segundo cambió la faz de este pueblo. Tras el estallido, quedaron los gritos, los lamentos, los escombros, los muertos.
© Marieta Alonso Más
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