domingo, 24 de agosto de 2014

Amantes de mis cuentos: Era un pueblo apacible

Foto por Marieta Alonso


Se levantó a las cinco de la mañana. Intentó no pensar mientras se vestía, cerró con llave la puerta de su casa y se puso frente al volante de su 4 x 4. La radio le entretuvo todo el camino. Poco a poco fue llegando a su destino.

El pueblo visto de lejos parece que está bien, las casas tienen la misma altura y color, las chimeneas están en funcionamiento. A medida que se acerca siente que el asfalto deja mucho que desear, ve los hogares que en realidad son chabolas y la vista se le nubla al oler el basurero municipal que cada vez se aproxima más a los arrabales. El centro, en cambio, ya es otra cosa. El olor a jazmín, a rosas, impregna el ambiente.  

Son las nueve de la mañana. El sol calienta su piel y aparece el sudor en la nuca. Se oye el ruido de autobuses, de voces que van y vienen, los tenderos que colocan los cuatro palos y la lona para que comience el mercadillo.

El estómago le avisa de que está vacío. Apetece zumo de naranja, café con leche y la tostada de aceite. Decide que lo primero, lo importante, es desayunar. Ya tendrá tiempo de llevar a cabo el propósito de su viaje.

Entra en una cafetería de la plaza Mayor y se sienta en la terraza. Escucha las conversaciones. Los viejos cuentan los problemas con sus hijos, la pensión que no alcanza, el miedo a tener que ir a una Residencia. Las madres llaman a voces a los hijos para que se suban al autobús escolar, los jóvenes aprovechan todas las ocasiones para acariciarse.

Piensa que la plaza sería una maravilla si fuera peatonal. ¡Qué tontería! Todas las cosas tienen un lado bueno y otro malo. Si fuera peatonal él no hubiera podido aparcar a tiro de piedra como lo había hecho.

A medida que pasa el tiempo la muchedumbre se convierte en tumulto. Muchas otras calles están desiertas; en cambio, la plaza siempre está a rebosar.

Se levanta y va hacia su coche. Ha llegado el momento. Se sienta con total tranquilidad y aprieta el botón.

En un segundo cambió la faz de este pueblo. Tras el estallido, quedaron los gritos, los lamentos, los escombros, los muertos.



© Marieta Alonso Más

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