domingo, 31 de agosto de 2014

Amantes de mis cuentos: El descubrimiento de América

Continente americano




Pablo con cuatro años tiene novia. Se llama Lidia. De lunes a viernes al salir de la guardería se dicen adiós hasta que son dos puntitos en el horizonte.
Un día la niña le preguntó si conocía a Colón. No. Le preguntó si conocía Cuba. Tampoco. Él conoce a todos los futbolistas de los equipos madrileños, reconoce el coche de su abuelo y de su padre, pero en su casa nunca han estado Colón, ni Cuba.
Su madre le ha comprado una pelota, que tiene dibujado un mapamundi, para que supiera dónde estaba Cuba y se ha pasado toda la tarde dando patadas al balón y señalando la isla.
A la hora de acostarse pidió a sus padres que le contaran cosas de Colón. A su padre casi le da un soponcio y llamó a la madre para que se hiciera cargo de su erudito hijo. Al final los tres se acomodaron en la cama con un libro de historia y comenzó el relato.
Hubo una vez un hombre llamado Cristóbal Colón. Era misterioso, taciturno y desconfiado, de profesión marino, como Simbad y soñaba con grandes aventuras, con grandes riquezas. Los Reyes necesitaban telas de seda, especias, marfil y otros productos que traían de las Indias.
‒Los Reyes son tres ‒dijo Pablo.
‒No, cariño, esos son los Reyes Magos. Los Reyes de Colón se llamaban Isabel y Fernando.
El camino a las Indias estaba abarrotado de piratas que atacaban a todos los barcos que se atrevían a pasar por allí. El Mediterráneo era un mar peligroso. Por ese motivo se buscaban nuevas rutas para llegar a las Indias Orientales.
‒Majestades ‒dijo Colón‒ se puede llegar a las Indias viajando por occidente.
El rey Fernando no estaba convencido y le miraba de reojo. En cambio la reina Isabel le creyó y de inmediato vendió sus joyas para costear aquella empresa.
Buscaron tres carabelas sólidas y confiables y las bautizaron como «La Niña», «La Pinta» y «La Santa María».
‒¿Qué es una carabela?
‒Eran barcos pequeños, ligeros, que tenían tres palos y velas para que el viento las hiciera navegar.
Colón compró comida y bebida para alimentar y calmar la sed de un total de ciento veinte hombres, de los cuales solo unos pocos eran hombres del mar. El resto eran delincuentes.
‒¿Ladrones? -preguntó Pablo.
‒Sí, más o menos -dijeron los padres, bostezando.
Después de escribir y firmar muchos papeles, llamados Capitulaciones, Colón y sus hombres zarparon un tres de agosto de mil cuatrocientos noventa y dos desde Palos de Moguer, en Huelva.
Pablo se quedó dormido, sus padres callaron y con un marcapáginas dejaron el libro sobre la mesilla de noche. Al día siguiente, nada más levantarse, quería seguir con el cuento, pero sus padres le dijeron que dejara a Colón para la noche, que ellos tenían que ir a trabajar.
Cuando se encontró con Lidia le dijo que Colón era un pirata que robaba seda para que los Reyes se vistieran y que tenía tres barcos. Lidia no lo sabía.
Esa noche Pablo y sus padres continuaron con Colón, le resumieron lo dicho y Pablo se enteró entonces de que los piratas eran otros.
Desde Huelva hasta Canarias, las tres carabelas, navegaron con alegría pues hacía viento, mucho viento. Pero en eso les llegó la calma y tuvieron que esperar varios días a que soplara la brisa y las velas se pudieran izar. Al fin pudieron continuar. Las corrientes marinas y el aire les fueron llevando hacia un mundo desconocido.
Colón rascándose la barbilla pensaba que ya tenían que avistar tierra y tomaba su catalejo, pero solo veía agua. No decía nada. No quería asustar a sus hombres.
Estos se dirigían miradas atravesadas unos a los otros. Si uno decía: «¡Me cachis, qué calor!», otro contestaba: «¿Te molesta?» y por tan poco comenzaban a discutir.
En cada carabela dormían cuarenta hombres. Vicente Yañez Pinzón era el capitán de «La Niña» y Martín Alonso Pinzón era el capitán de «La Pinta». Juan de la Cosa era el piloto y a la vez el dueño de «La Santa María».
‒Eran hombres muy valientes ¿verdad?
‒Sí, sí que lo eran.
El niño ya no los oyó.
Ahora era Lidia quien se quedaba boquiabierta con las explicaciones de Pablo, que ganó en importancia. Y todas las noches, sus padres, estuvieran cansados o no, continuaban con la clase de historia.
…Llevaban setenta y un días de navegación. Muchos hombres aparte del cansancio sentían miedo pues pensaban que no saldrían vivos de aquella aventura. Ya no les quedaba comida y sólo tenían un barril de agua en cada carabela. Comenzaron a robar herramientas, sogas y armas. Pretendían hacerse con el mando de la nave. Solo unos pocos hombres leales permanecieron al lado de Colón y sus capitanes. Se hacían señas entre las naves y se declaró un motín a bordo en cada embarcación. ¡Qué hacer! 
De repente se oyó un grito. Era el marinero Rodrigo de Triana que gritaba desde el mástil ¡Tierra a la vista! ¡Tierra a la vista!
Era el 12 de octubre de 1492.
Todos los hombres se agolparon en la proa, Colón les gritaba ¡Atrás, que hundís los barcos! Pero era tal la alegría que bailaban, gritaban, tiraban las gorras. Las embarcaciones se iban a pique, ellos con la algarabía no oían a Colón pero cuando vieron que unos cuantos marineros caían al agua se dieron cuenta y entonces se agolparon en la popa. Ahora se caían por el otro lado y así estuvieron de proa a popa, de babor a estribor, hasta que se tranquilizaron y se pudieron equilibrar las naves.
Mientras tanto los marineros que habían caído al agua gritaban ¡Socorro! ¡Nos ahogamos! Y las sogas que habían robado para el motín les sirvieron para salvar a sus compañeros. Poco a poco se fueron acercando. Se pusieron sus mejores galas, tomaron el estandarte -que es una bandera- y las armas. En las naves quedaron unos pocos hombres. Avanzaron despacio.
Colón tomó posesión de aquella tierra que para él eran las Indias Orientales, en nombre de sus Majestades los Reyes Católicos, le acompañaba un sacerdote que se hizo cargo de la misma en nombre de Dios. Los demás, capitanes y marineros, no sabían muy bien en nombre de quien venían. Tenían mil razones, la libertad, la riqueza, la aventura, la religión. Todos sintieron que estaban viviendo grandes momentos. Colón tenía preparado un discurso que solo ellos oyeron. Un grumete afirmó más tarde que se oían tenues pisadas y que había visto sombras entre el follaje.
‒¿Eran hombres malos? -preguntó Pablo con los ojos muy abiertos.
‒No, no lo eran -dijeron bajito sus padres.
Recorrieron la isla y la bautizaron con el nombre de San Salvador, pues ninguno sabía que el nombre de esa isla era Guanahaní. La exploraron, se dividieron en grupos por si les atacaban, pasearon por un camino de palmeras, comieron unas frutas desconocidas, se bañaron en unas playas preciosas y se fueron a dormir a las naves, por si acaso.
Al día siguiente se dedicaron a recoger gran cantidad de fruta pues les habían sentado muy bien toda la que habían comido el día anterior y escarbando la tierra encontraron unos tubérculos que si los asaban les podrían servir de alimento. Recorrieron la zona sin adentrarse en el monte. Y volvieron a levar anclas.
Dos semanas más tarde, el veintiocho de octubre, desembarcaron en la parte oriental de Cuba. Esta era una isla tan bonita que Colón exclamó: «Es la tierra más hermosa que ojos humanos vieron», y la llamó Juana, como la hija mayor de los Reyes Católicos.
-Lidia nació en Cuba -murmuró Pablo con sonrisa soñadora.
Los padres intercambiaron miradas y sonriendo continuaron con la lectura.
…Allí se toparon con unos hombres que les miraban atentamente. Se acercaron y prepararon sus armas por si presentaban batalla. Los indígenas mirándolos, muy despacio caminaron hacia atrás dejando una distancia prudencial. Tenían el pelo negro, lacio y largo, el cuerpo desnudo y cobrizo. En las manos llevaban unas piedras más o menos del mismo tamaño, pero no mostraron intención de tirarlas. A los conquistadores les llamó la atención que estos hombres fueran lampiños.
‒¿Qué es lampiño?
‒Sin barba, sin vello.
-¿Y qué es vello?
-Esto -dijo el padre tomándole una mano y rozando con ella sus brazos.
Mientras tanto uno de los indios se acercó, olió a Colón y arrugando la nariz se volvió con su gente. Los intrusos volvieron a tomar posesión de la tierra como habían hecho en San Salvador, los indios no perdían detalle de lo que hacían sobre todo cuando se arrodillaban, levantaban los brazos, cantaban, rezaban. Se quedaban con la boca abierta. Al final se cansaron y se marcharon.
-¿Por qué?
-¡Calla!
Los conquistadores corrieron detrás de ellos, los indios corrían más, les gritaban ofreciéndoles objetos de regalo, pero los indios seguían corriendo. Al final llegaron a un poblado y dejaron de correr. El jefe de la tribu salió y por señas les invitó a sentarse en el suelo, usando unas palabras que resultaron muy extrañas para los oídos de los conquistadores. Al parecer les daba la bienvenida. Muchos niños se acercaron y tocaban sus armaduras, las madres inmediatamente los cogieron en brazos para que esos hombres tan extraños no les hicieran daño. Como no se entendían hablando, pero estaban cansados y hambrientos aceptaron el casabe que los indios le ofrecían y probaron por vez primera el pan de yuca molida tan común entre los indios de las Antillas.
A partir de ese momento unas veces con diplomacia y otras a la fuerza se fueron descubriendo tierras de un Nuevo Mundo al que llamaron América, en honor de Américo Vespucio, un navegante florentino que fue el primero en afirmar que era otro continente. Unos dicen que tuvo un golpe de inspiración, otros que era muy inteligente y algunos que lo dijo para llevarle la contraria a Colón. La verdad es que nadie esperaba encontrarse un continente en mitad del camino a las Indias.
-Lidia está pintada de negro, yo quise limpiarla con mi mano... pero no se borró.
-No está pintada, hijo. Su piel es de ese color.
El almirante regresó a España, desembarcando en Barcelona donde fue recibido con grandes honores por los Reyes Católicos. Hizo tres viajes más y cada vez descubría más tierras. Los Reyes Católicos se hicieron los remolones y no le entregaron todo lo que con él habían estipulado. Al final Colón se enfermó y se murió en Valladolid. Otros siguieron con los viajes.
Así se descubrió América. Se trajeron y se llevaron productos.
-Y ¿por qué?
-Porque sí, hijo, porque sí.
Haciendo pruebas nacieron muchos niños de diferentes colores y a eso llamaron mestizaje. Todos hablaron español pero con diferente acento. El oro y la plata sirvieron para muchas cosas, unas buenas y otras no tanto. Unos ahorraron mucho dinero y regresaron a sus pueblos y fueron llamados indianos, otros se quedaron por aquellas tierras en busca de una nueva vida. Ahora muchos descendientes de aquellos que fueron conquistados vienen a España.
-Cuando yo sea grande seré un conquistador. Y me casaré con Lidia.
-Haz lo que quieras, hijo, pero ahora ¡Por favor! ¡Duérmete!

Pasaron los años, uno detrás de otro. Se casó con Lidia, se divorció, y se volvió a casar con ella cuando por fin, la terca cubana aceptó a regañadientes, que en vez de marino, Pablo enamorado, se hiciera astronauta. 
La tres carabelas de Colón. Maqueta en un museo de Colombia





© Marieta Alonso Más

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