Continente americano |
Pablo
con cuatro años tiene novia. Se llama Lidia. De lunes a viernes al salir de la
guardería se dicen adiós hasta que son dos puntitos en el horizonte.
Un
día la niña le preguntó si conocía a Colón. No. Le preguntó si conocía Cuba.
Tampoco. Él conoce a todos los futbolistas de los equipos madrileños, reconoce
el coche de su abuelo y de su padre, pero en su casa nunca han estado Colón, ni
Cuba.
Su
madre le ha comprado una pelota, que tiene dibujado un mapamundi, para que
supiera dónde estaba Cuba y se ha pasado toda la tarde dando patadas al balón y
señalando la isla.
A
la hora de acostarse pidió a sus padres que le contaran cosas de Colón. A su
padre casi le da un soponcio y llamó a la madre para que se hiciera cargo de su
erudito hijo. Al final los tres se acomodaron en la cama con un libro de
historia y comenzó el relato.
Hubo
una vez un hombre llamado Cristóbal Colón. Era misterioso, taciturno y
desconfiado, de profesión marino, como Simbad y soñaba con grandes aventuras,
con grandes riquezas. Los Reyes necesitaban telas de seda, especias,
marfil y otros productos que traían de las Indias.
‒Los
Reyes son tres ‒dijo Pablo.
‒No,
cariño, esos son los Reyes Magos. Los Reyes de Colón se llamaban Isabel y
Fernando.
El
camino a las Indias estaba abarrotado de piratas que atacaban a todos los
barcos que se atrevían a pasar por allí. El Mediterráneo era un mar peligroso.
Por ese motivo se buscaban nuevas rutas para llegar a las Indias Orientales.
‒Majestades
‒dijo Colón‒ se puede llegar a las Indias viajando por occidente.
El
rey Fernando no estaba convencido y le miraba de reojo. En cambio la reina
Isabel le creyó y de inmediato vendió sus joyas para costear aquella
empresa.
Buscaron
tres carabelas sólidas y confiables y las bautizaron como «La Niña», «La Pinta»
y «La Santa María».
‒¿Qué
es una carabela?
‒Eran
barcos pequeños, ligeros, que tenían tres palos y velas para que el viento las
hiciera navegar.
Colón
compró comida y bebida para alimentar y calmar la sed de un total de
ciento veinte hombres, de los cuales solo unos pocos eran hombres del mar. El
resto eran delincuentes.
‒¿Ladrones?
-preguntó
Pablo.
‒Sí,
más o menos -dijeron
los padres, bostezando.
Después
de escribir y firmar muchos papeles, llamados Capitulaciones, Colón y sus
hombres zarparon un tres de agosto de mil cuatrocientos noventa y dos desde
Palos de Moguer, en Huelva.
Pablo
se quedó dormido, sus padres callaron y con un marcapáginas dejaron el libro
sobre la mesilla de noche. Al día siguiente, nada más levantarse, quería seguir
con el cuento, pero sus padres le dijeron que dejara a Colón para la noche, que
ellos tenían que ir a trabajar.
Cuando
se encontró con Lidia le dijo que Colón era un pirata que robaba seda para que
los Reyes se vistieran y que tenía tres barcos. Lidia no lo sabía.
Esa
noche Pablo y sus padres continuaron con Colón, le resumieron lo dicho y Pablo
se enteró entonces de que los piratas eran otros.
Desde
Huelva hasta Canarias, las tres carabelas, navegaron con alegría pues hacía
viento, mucho viento. Pero en eso les llegó la calma y tuvieron que esperar
varios días a que soplara la brisa y las velas se pudieran izar. Al fin
pudieron continuar. Las corrientes marinas y el aire les fueron llevando hacia
un mundo desconocido.
Colón
rascándose la barbilla pensaba que ya tenían que avistar tierra y tomaba su
catalejo, pero solo veía agua. No decía nada. No quería asustar a sus hombres.
Estos
se dirigían miradas atravesadas unos a los otros. Si uno decía: «¡Me cachis,
qué calor!», otro contestaba: «¿Te molesta?» y por tan poco comenzaban a
discutir.
En
cada carabela dormían cuarenta hombres. Vicente Yañez Pinzón era el capitán de «La
Niña» y Martín Alonso Pinzón era el capitán de «La Pinta». Juan de la Cosa era
el piloto y a la vez el dueño de «La Santa María».
‒Eran
hombres muy valientes ¿verdad?
‒Sí,
sí que lo eran.
El
niño ya no los oyó.
Ahora
era Lidia quien se quedaba boquiabierta con las explicaciones de Pablo,
que ganó en importancia. Y todas las noches, sus padres, estuvieran cansados o
no, continuaban con la clase de historia.
…Llevaban
setenta y un días de navegación. Muchos hombres aparte del cansancio sentían
miedo pues pensaban que no saldrían vivos de aquella aventura. Ya no les
quedaba comida y sólo tenían un barril de agua en cada carabela. Comenzaron a
robar herramientas, sogas y armas. Pretendían hacerse con el mando de la
nave. Solo unos pocos hombres leales permanecieron al lado de Colón y sus
capitanes. Se hacían señas entre las naves y se declaró un motín a bordo en
cada embarcación. ¡Qué hacer!
De
repente se oyó un grito. Era el marinero Rodrigo de Triana que gritaba desde el
mástil ¡Tierra a la vista! ¡Tierra a la vista!
Era
el 12 de octubre de 1492.
Todos
los hombres se agolparon en la proa, Colón les gritaba ¡Atrás, que hundís los
barcos! Pero era tal la alegría que bailaban, gritaban, tiraban las gorras. Las
embarcaciones se iban a pique, ellos con la algarabía no oían a Colón pero
cuando vieron que unos cuantos marineros caían al agua se dieron cuenta y
entonces se agolparon en la popa. Ahora se caían por el otro lado y
así estuvieron de proa a popa, de babor a estribor, hasta que se tranquilizaron
y se pudieron equilibrar las naves.
Mientras
tanto los marineros que habían caído al agua gritaban ¡Socorro! ¡Nos ahogamos!
Y las sogas que habían robado para el motín les sirvieron para salvar a sus
compañeros. Poco a poco se fueron acercando. Se pusieron sus mejores galas,
tomaron el estandarte -que es una bandera- y las armas. En las naves quedaron unos pocos hombres.
Avanzaron despacio.
Colón
tomó posesión de aquella tierra que para él eran las Indias Orientales, en
nombre de sus Majestades los Reyes Católicos, le acompañaba un sacerdote que se
hizo cargo de la misma en nombre de Dios. Los demás, capitanes y
marineros, no sabían muy bien en nombre de quien venían. Tenían mil razones, la
libertad, la riqueza, la aventura, la religión. Todos sintieron que
estaban viviendo grandes momentos. Colón tenía preparado un discurso que solo
ellos oyeron. Un grumete afirmó más tarde que se oían tenues pisadas y que
había visto sombras entre el follaje.
‒¿Eran
hombres malos? -preguntó Pablo con los ojos muy abiertos.
‒No,
no lo eran -dijeron
bajito sus padres.
Recorrieron
la isla y la bautizaron con el nombre de San Salvador, pues ninguno sabía que
el nombre de esa isla era Guanahaní. La exploraron, se dividieron en grupos por
si les atacaban, pasearon por un camino de palmeras, comieron unas frutas
desconocidas, se bañaron en unas playas preciosas y se fueron a dormir a las
naves, por si acaso.
Al
día siguiente se dedicaron a recoger gran cantidad de fruta pues les habían
sentado muy bien toda la que habían comido el día anterior y escarbando la
tierra encontraron unos tubérculos que si los asaban les podrían servir de
alimento. Recorrieron la zona sin adentrarse en el monte. Y volvieron a levar
anclas.
Dos
semanas más tarde, el veintiocho de octubre, desembarcaron en la parte oriental
de Cuba. Esta era una isla tan bonita que Colón exclamó: «Es la tierra más
hermosa que ojos humanos vieron», y la llamó Juana, como la hija mayor de los
Reyes Católicos.
-Lidia nació en Cuba -murmuró Pablo con sonrisa soñadora.
Los
padres intercambiaron miradas y sonriendo continuaron con la lectura.
…Allí
se toparon con unos hombres que les miraban atentamente. Se acercaron y
prepararon sus armas por si presentaban batalla. Los indígenas mirándolos, muy
despacio caminaron hacia atrás dejando una distancia prudencial. Tenían el pelo
negro, lacio y largo, el cuerpo desnudo y cobrizo. En las manos llevaban unas
piedras más o menos del mismo tamaño, pero no mostraron intención de tirarlas.
A los conquistadores les llamó la atención que estos hombres fueran lampiños.
‒¿Qué
es lampiño?
‒Sin
barba, sin vello.
-¿Y qué es vello?
-Esto -dijo el padre tomándole una mano y rozando con ella sus
brazos.
Mientras
tanto uno de los indios se acercó, olió a Colón y arrugando la nariz se volvió
con su gente. Los intrusos volvieron a tomar posesión de la tierra como habían
hecho en San Salvador, los indios no perdían detalle de lo que hacían sobre
todo cuando se arrodillaban, levantaban los brazos, cantaban, rezaban. Se
quedaban con la boca abierta. Al final se cansaron y se marcharon.
-¿Por qué?
-¡Calla!
Los
conquistadores corrieron detrás de ellos, los indios corrían más, les gritaban
ofreciéndoles objetos de regalo, pero los indios seguían corriendo. Al final
llegaron a un poblado y dejaron de correr. El jefe de la tribu salió y por
señas les invitó a sentarse en el suelo, usando unas palabras que resultaron
muy extrañas para los oídos de los conquistadores. Al parecer les daba la
bienvenida. Muchos niños se acercaron y tocaban sus armaduras, las madres
inmediatamente los cogieron en brazos para que esos hombres tan extraños no les
hicieran daño. Como no se entendían hablando, pero estaban cansados y
hambrientos aceptaron el casabe que los indios le ofrecían y probaron por vez
primera el pan de yuca molida tan común entre los indios de las Antillas.
A
partir de ese momento unas veces con diplomacia y otras a la fuerza se fueron
descubriendo tierras de un Nuevo Mundo al que llamaron América, en honor de
Américo Vespucio, un navegante florentino que fue el primero en afirmar que era
otro continente. Unos dicen que tuvo un golpe de inspiración, otros
que era muy inteligente y algunos que lo dijo para llevarle la contraria a
Colón. La verdad es que nadie esperaba encontrarse un continente en mitad del
camino a las Indias.
-Lidia está pintada de negro, yo quise limpiarla con
mi mano... pero no se borró.
-No está pintada, hijo. Su piel es de ese color.
El
almirante regresó a España, desembarcando en Barcelona donde fue recibido
con grandes honores por los Reyes Católicos. Hizo tres viajes más y
cada vez descubría más tierras. Los Reyes Católicos se hicieron los remolones y
no le entregaron todo lo que con él habían estipulado. Al final Colón se
enfermó y se murió en Valladolid. Otros siguieron con los viajes.
Así
se descubrió América. Se trajeron y se llevaron productos.
-Y ¿por qué?
-Porque sí, hijo, porque sí.
Haciendo
pruebas nacieron muchos niños de diferentes colores y a eso llamaron mestizaje.
Todos hablaron español pero con diferente acento. El oro y la plata sirvieron
para muchas cosas, unas buenas y otras no tanto. Unos ahorraron mucho dinero y
regresaron a sus pueblos y fueron llamados indianos, otros se quedaron por
aquellas tierras en busca de una nueva vida. Ahora muchos descendientes de
aquellos que fueron conquistados vienen a España.
-Cuando yo sea grande seré un conquistador. Y me casaré
con Lidia.
-Haz lo que quieras, hijo, pero ahora ¡Por favor!
¡Duérmete!
Pasaron
los años, uno detrás de otro. Se casó con Lidia, se divorció, y se volvió a
casar con ella cuando por fin, la terca cubana aceptó a regañadientes, que en
vez de marino, Pablo enamorado, se hiciera astronauta.
La tres carabelas de Colón. Maqueta en un museo de Colombia |
© Marieta Alonso Más
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