domingo, 4 de abril de 2021

Amantes de mis cuentos: Un buen acicate

 



En misa el sacerdote se había pasado toda la homilía hablando de la muerte. ¡Dichoso tema! La ponía nerviosa. Ni siquiera le gustaba ir al cementerio. El olor a hierba recién cortada y a jazmín le devolvía la voz de su madre quejándose por estar allí. A ella tampoco le gustaba esa soledad. Suponía que Dios la amaba, pero de momento cada noche le rogaba que pospusiera lo de estar en Su presencia. La vida era hermosa.

Unos días antes había comenzado a tejer un chaleco con el punto de arroz. Y esa tarde después de fregar los platos y pensar qué pondría de cena, volvió a su tejido y de paso se sentó a ver la novela de todos los días. Le gustaba comentarla con sus vecinas. Se ufanaba de poder hacer tres cosas a la vez: Oír, ver la televisión y tejer con sus manos. No necesitaba seguir con la vista las agujas. Palabra a palabra se iba adentrando en la trama de aquel matrimonio de ficción tan parecido al suyo. No se querían.

Mientras ella se dejaba ir hacia las imágenes, su marido se entretenía leyendo el periódico y de vez en cuando la miraba preguntándose para quién sería aquel chaleco. ¿Para el chico o la chica? Desde que fue madre, para ella sus dos hijos eran lo único importante, él se quedó como un cero a la izquierda. En una ocasión le dijo que algún día se marcharían y solo le quedaría él. Su respuesta fue: No digas bobadas. A veces le venían pensamientos que era mejor desechar.

En la telenovela, la protagonista tenía un amante y el último en enterarse fue el marido, que ahora aparecía en la pantalla con un afilado cuchillo que pondría punto final a aquella sórdida historia.

Empezaba a anochecer.  El hombre dobló el periódico por la mitad. ¡Qué hartura de mujer! Si pudiera rehacer su vida… Las luces del crepúsculo enrojecían las paredes del salón. Lo recorrió con la mirada y yendo hacia la ventana tropezó con el maldito perro, una leve brisa movía los fantasmales visillos, escuchaba el sonido de las agujas por encima del murmullo del receptor. Sobre la mesa unas relucientes tijeras. Su esposa estaba inclinada hacia delante pendiente de lo que ocurría en aquel culebrón. Su nuca desnuda resplandecía…  

© Marieta Alonso Más

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