domingo, 8 de septiembre de 2019

Amantes de mis cuentos: El sabihondo de mi hijo



Era un bebé precioso que desde muy temprano comenzó a mirar fijamente todo lo que le rodeaba. Tenía dificultades para mamar y su madre daba grititos que le hacían reír cada vez que tiraba de ella, eso no fue nada comparado con lo que hacía cuando le salieron los dientes.

Juguete que caía en sus manos lo rompía para ver qué tenía dentro. Los berrinches duraban poco, sus padres les complacían enseguida, porque, aunque las paredes estaban insonorizadas no querían que los vecinos le oyesen llorar.

Cada vez que su padre le pedía un beso, se acercaba humildemente y con la mejilla a mano le pegaba un mordisco. Luego, con carita de ángel, sonreía. A su madre casi la ahorcó un día que comenzó a tirarle de una cadena al cuello. Era imposible que tuviera tanta fuerza.

Nunca le regañaban y mucho menos le daban una nalgada, por supuesto.

Los padres esperaban con ansia la entrada en la guardería, a ver si allí lograban que entrase en vereda. No hubo necesidad. Era el niño más sociable, más risueño, más encantador, más besucón de todos los que había pasado por allí.

A los cinco años prendió fuego a la alfombra delante de la chimenea para ver los colores de la lumbre esparcidos por el suelo. Cuando aprendió a montar en velocípedo no usaba los frenos, para qué, si las paredes de su casa servían lo mismo. El jardín pasó a mejor vida, cuando pisoteó todo lo que había a su paso.

No había semana que no lo tuvieran que llevar al ambulatorio con brechas que necesitaban puntos. Hasta que denunciaron a los padres por maltrato infantil.

El niño les defendió como todo un abogado, ante el juez. Sus padres le adoraban, jamás le habían pegado, ni siquiera regañado, en cambio, lo enfermeros sí le hacían daño cada vez que le curaban. Ellos eran los maltratadores.

Nerviosos los padres ante tantos descalabros pidieron ayuda a una psicóloga que se sentó con él a charlar.

‒¿Por qué eres tan travieso y pícaro?

Sonrió y al poco rato se le oyó decir:

‒Me gusta jugar y hacer bromas.

‒¿A ver, cuéntame, por qué te portas tan bien en la calle?

‒No pretenderá que me comporte igual de mal en la calle a como lo hago en mi casa. Yo soy un niño feliz haciendo trastadas donde me lo permiten.


© Marieta Alonso Más

No hay comentarios:

Publicar un comentario