domingo, 11 de agosto de 2019

Amantes de mis cuentos: La friki de mi abuela



Con ella aprendí a tomar uvas con queso porque saben a beso terminaba diciendo, y yo la creía. Pero cuando a mis varoniles doce años besé, por primera vez, a la chica más guapa y deseable de la clase, comprobé que no era cierto. El beso me supo a pan crujiente con una onza de chocolate dentro.

Al llegar a casa fui a la cocina para decírselo. Vamos a comprobarlo. Llamó al abuelo que leía el periódico embutido en sus pantuflas y delante de mí le besó igual que las actrices en las películas.

‒¿A qué viene esto? ‒dijo mi asombrado abuelo quitándose las gafas.

‒Es para comprobar a qué saben los besos.

El abuelo cabizbajo se marchó murmurando: ‒Estás echando a perder al chico. Lo que tiene que hacer es ponerse a estudiar.

La abuela me guiñó un ojo y llegó a la conclusión de que cada beso podría saber diferente. Y me animó a seguir investigando.

El segundo beso me supo a bocadillo de jamón ibérico con esas vetas que parecen hilos. El tercero a potaje de semana santa. El cuarto a macarrones con chorizo.

Me aficioné a los besos y he terminado formando parte de ese selecto grupo de personas que conceden las estrellas Michelín a los mejores restaurantes.

Gracias, adorada abuela, sin ti nunca hubiese aprendido a besar, ni hubiese llegado a ser tan buen crítico gastronómico.



© Marieta Alonso Más


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