domingo, 7 de abril de 2019

Amantes de mis cuentos: Regalo cautivo


Yendo hacia el exilio logró camuflar dentro de un sencillo moño bajo aquel collar de perlas, regalo de su abuela cuando cumplió los dieciocho años. Al entregárselo hizo aquel comentario tan inquietante.

‒No lo luzcas nunca, querida niña. Es la joya de la familia. Trae mala suerte ponerla al cuello, pero te dará de comer en caso de necesidad.

Guardó el estuche entre la ropa blanca, esas sábanas de hilo bordadas que también le regaló y que tampoco usó por el trabajo que daba plancharlas.

En el momento de partir, simulando entereza, aunque tenía un pavor que se le debía notar, fue hacia el cubículo donde hacían los registros personales. La revisaron de arriba a abajo, pero en su cabeza de anciana ni se fijaron.

Mientras tanto, hizo un repaso de su vida. Después de cumplir la mayoría de edad, su día de nacimiento se desbocó y en un santiamén llegó a los ochenta y cinco años con tres matrimonios, dos divorcios, una viudedad, tres hijos y seis nietos, a los que animó ‒más bien empujó‒ a marchar en una balsa y que llegaron sanos y salvos al país adonde ella ahora se dirigía.

Si lograba pasar indemne de aquel registro la vida les sonreiría. Hubo un momento de tensión en el que se le encogió el ombligo. Falsa alarma. La mandaron salir y vio cómo registraban su maleta. Los tacones, aunque bajos, hacían que se balanceara al no poder controlar las rodillas.

Ya en el avión un suspiro de alivio la envolvió. Todo iba bien. Acababa de esquivar algo muy grave que mejor no describir con palabras.

A insensata, testaruda, chiflada y muy valiente no te gana nadie, mamá. Eso le dirían sus hijos cuando ella, a su llegada, con un gesto teatral deshiciera aquel rodete y las perlas ensartadas se fueran deslizando, despacio, por su curva espalda. Ya estaría al tanto para que no cayeran al suelo.



© Marieta Alonso Más

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