jueves, 18 de junio de 2015

Amantes de mis cuentos: Mi abuelo es mi héroe


Michael S. Brown y Joseph L. Goldstein
Premio Nobel en Fisiología o Medicina. Año 1985



Siempre tiene tiempo para hablar conmigo. Me gusta sentarme en el brazo de su sillón y oírle preguntar ¿Cómo ha ido el día? Yo le contesto: ¡Bien!

Entonces me pregunta por mis amigos y le hablo de los que han dejado de serlo. Me gusta charlar con mi abuelo de estas cosas porque él lo sabe todo. Cuando uno que era amigo mío me metió el dedo en un ojo, pude tumbarlo en el suelo, gracias a que mi abuelo me había enseñado a pelear con los puños. Mi madre me castigó porque los niños no se pegaban pero mi abuelo me guiñó el ojo y me dijo que no me acercara a esa fiera, que me mantuviera alejado pero que si él venía a mí ya sabía lo que tenía que hacer.

No necesitamos hablar, nos miramos y es como si el silencio hablara por nosotros.

Ayer, así sin más, le di un abrazo y le pasé mis dedos por la cara jugando con sus arrugas.
  
-         ¿Por qué te hiciste viejo, abuelo?

Me explicó que una noche después de cenar, tocaron a la puerta, él pensó que era la vecina pidiendo algo y sin pensar dejó pasar a la vejez. Le hizo creer que venía de paso. Resultó simpática y agradable pero cuando se fue a acostar se miró al espejo y el pelo lo tenía blanco. No se preocupó porque la mejor manera de engañar a las apariencias, es no dándole importancia. 

Al día siguiente se tiñó las canas y fue cuando aparecieron las arrugas alrededor de los ojos y de los labios. Las ojeras llegaron después junto a unas dobleces pequeñitas en el cuello. Pasados unos meses el rostro ya no tenía sitio para más estragos y haciendo pesas en el gimnasio se dio cuenta que la vejez se había bajado a sus brazos dejando colgajos allí donde antes él presumía de bíceps. La nota artística la puso pintando manchas en su piel y diseminando verrugas por su espalda. 

         Creyó que la vejez ya no podía hacerle más faenas pero una noche regresó, esta vez con varias amigas llamadas Artrosis, Gota, Colesterol y dos gemelas: una alta y otra baja, llamadas Tensión. 

         Desde entonces, hijo mío, me vine a vivir contigo que eres mi alegría porque, hay que ver el mal carácter que tiene tu madre. Es igualita a tu abuela. Sabes… las mujeres siempre me han dado cien vueltas y yo detrás de ellas. Mi madre, mi mujer, mi hija, la vejez con todas sus amigas. Son la perdición de los hombres.

         Me levanté de un salto y blandiendo mi espada dije que buscaría en el bosque una varita mágica para que mi abuelo volviera a ser un joven guerrero como yo. 

         Se levantó con esfuerzo de su butaca y los dos juramos solemnemente que jamás, abriríamos las puertas de nuestros cuerpos a esa bruja malvada y a sus amigas. Todas ellas eran perversas, árnicas, dientes de perro, garras de león, aliento de panteras…
        



© Marieta Alonso Más

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