Quise que esa luna redonda y anaranjada que me
perseguía se situara sobre mi cabeza envolviéndome con su luz. De un salto, me
hice con ella y la encerré entre mis brazos, que resultaron cortos. La froté y
pegué mi mejilla a su lado oscuro. Quise que me diera su apoyo para acarrear lo
que no podía con mis manos sostener, y me dio las suyas. Quise que me diera una
familia para enfadarnos, gritar, llamarnos de todo y poder olvidar lo dicho, y
sentí su brisa; quise que me deseara, que me sedujera, se negó; quise darle la
espalda y me dio la
vuelta. Quise ojear la
casa de mi niñez, la calle mayor de mi pueblo, la iglesia donde me
bautizaron, me llevó hasta allí; busqué a los amigos, me senté en el
centro de la plaza con las piernas entrecruzadas, toqué la humedad del
pavimento, me recosté en la Ceiba, y me sentí fuera de lugar.
© Marieta Alonso Más
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