domingo, 14 de agosto de 2022

Amantes de mis cuentos: El cuentero

  


 

Según se chismorreaba, Mauricio era uno de los chicos del pueblo a los que le faltaba un hervor, no era el único. Lo de tonto, necio, mentecato… cuando lo escuchaba me dolía, por lo que en mi fuero interno le llamaba berzotas, que puede ser lo mismo, pero no suena tan fuerte. Era mi buen amigo. 

 

Siempre me ganaba al jugar con la peonza en la plaza. Yo tiraba flojito temiendo que se me fuera a romper esa forma ovoide que me inundaba el alma. Se reía de mí. A él le gustaba correr, frenar la bicicleta contra el frontón, oír conversaciones ajenas…, luego me las contaba a su manera, y parecían hasta verdad. Me instaba a escribirlas, que era lo que a mí me gustaba. Un día robó un cuaderno rojo de la papelería del Tuerto y me lo trajo de regalo. Que me sentara debajo del almendro y escribiera todo lo que él me narraba. Con sus historias llenamos otro cuaderno verde y otro amarillo, sus colores preferidos. Ya eran tres.

 

Me marché del pueblo a estudiar, pasaron los años, y cuando ya estaba colocado en una buena empresa y formado una bonita familia, un anochecer invernal tan denso que al caminar por callejuelas solitarias parecía que de un momento a otro te iban a asaltar, Mauricio se plantó ante mí con su morral y llevando bajo la axila los tres cuadernos con los colores de nuestra niñez. Como en el pueblo no había trabajo se había venido a la ciudad, a mi casa. ¡Para eso eres mi mejor amigo!, masculló sin esperar respuesta.

 

Desde entonces fue nuestro chófer, recadero, jardinero, el hombre imprescindible para mi mujer y mis hijos. Siguió contándome historias que yo seguí escribiendo. Hasta que un día me animé a publicarlas. No conseguí convencerle para que su nombre apareciera junto al mío. Prefería pasar por la vida de incógnito. ¡Qué el famoso fuera yo!, y se reía como si un cervatillo brincara en su portentosa barriga.

 

 

© Marieta Alonso Más

 

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