domingo, 14 de febrero de 2021

Amantes de mis cuentos: Tormenta de nieve en Madrid

 



El cielo se veía anaranjado. Nevaba. El frío mordía las manos y se arrebujó en su chal. Llevaba cuatro días sin salir a la calle, metida en su casa, sin ver a nadie y pensó que si el mal tiempo continuaba se iba a morir de tristeza.

Desde la ventana envidiaba a todos aquellos valientes o insensatos que jugaban con aquella blancura. En eso se percató de que tres chicos con muy malas pintas, pelos largos, sucios y pantalones caídos estaban haciendo un muñeco de nieve y al verla tras los cristales le pidieron una zanahoria y ella sin hacerse de rogar fue a la cocina, tomó una y se las tiró. Sirvió de nariz. Luego le pidieron una bufanda y se la colocaron al cuello. Cuando orgullosos contemplaban su obra ella gritó que por qué no ponían cajas envueltas en papel regalo. Tenía algunas. Las guardaba vacías con mucho amor, porque no le gustaba tirar nada. Les pareció muy buena idea.

Vio las ajadas ropas y las manos enrojecidas de aquellos sospechosos de granujas, y les preguntó si querían guantes a lo que dijeron que sí, si querían calcetines y asintieron con la cabeza, que si querían comer y le contestaron: ¿usted qué cree?

Ella se alejó de la ventana. Buscó tres cajas y las llenó de ropa de abrigo y puso un libro en cada una, se acordó de la mesa plegable que hacía veinte años que no se usaba, y pensó que las tres sillas playeras también vendrían bien para el banquete. Y por último la olla con el cocido madrileño que preparaba para que le durara cinco días, con tres cucharas.

Les consultó la mejor manera de hacérselo llegar y ellos pusieron el banco a los pies de su ventana, el más fuerte se apoyó en respaldo, el de complexión mediana se subió a sus hombros y el tercero que era muy delgaducho coronó la escalera humana. Y así lo fueron bajando todo. Le dieron las gracias con una reverencia. Ella vio colocar la mesa al lado del elegante señor de las nieves. Un momento, gritó: y les hizo llegar unas servilletas.  Se le había olvidado ese pequeño detalle.

Y con mucha pena se dejó caer en el sofá. Si por ella fuera les habría invitado a entrar en su casa, pero el telediario no hacía más que decir que los mayores tuvieran mucho cuidado con abrir la puerta a desconocidos.

 

 

© Marieta Alonso Más

 

 

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