domingo, 10 de mayo de 2020

Amantes de mis cuentos: Soñar despierto


Ya soy algo mayor. Tengo noventa años y todos los días salgo a dar un paseo mañanero como me ha recomendado mi médico de cabecera, un joven recién llegado al pueblo que receta a todos sus pacientes gastar la suela de los zapatos, beber más agua y menos vino, lo que es este facultativo no sabe ganar amigos.

A la hora de la comida mis biznietos preguntan por mis andanzas, que con quién me he topado en mi caminata, que si he ganado a mis amigos en el mus ‒como si hiciera falta preguntarlo‒ que si he hablado mal del alcalde, y como siempre he tenido una imaginación exuberante aderezo las novedades de mi rutina con vivos colores.

Unas veces encuentro a Ruperto, mi amigo de la infancia, y me enumera todos sus achaques, también saludo a Clotilde que cada vez que me ve me pide matrimonio, y a un melenudo cubierto de tatuajes que me incita a probar un porro. Ni se te ocurra acercarte a mi familia, le amenazo con el bastón.

Hoy el camino solitario amenazando lluvia me llevó a la linde del bosque y paso a paso me fui adentrando entre los árboles esquivando ladinas serpientes, espantando pajarracos que me rozaban la boina con sus enormes alas, pisando monstruosas arañas, cuando ¡de pronto!, se me puso frente a frente un famélico león.

Nos miramos a los ojos y le hablé con raciocinio.

‒No te entusiasmes conmigo que no soy buena presa, mírame bien, hueso y pellejo, nomás.

‒Tranquilo. No te haré daño ‒contestó en un tono triste‒ aunque tengo bastante hambre. Esta tarde mi festín será un joven con una leona pintada en el trasero, que cada día se burla de mí.

‒¿Por qué estás solo? Y ¿tu manada?

‒La vejez amigo, la vejez. A mi territorio llegó un león, buen mozo, engreído. intrépido que me robó el liderazgo.

Nos sentamos a charlar recostados en el tronco de un frondoso árbol, y entre unas cosas y otras transcurrió la mañana. Es triste llegar a viejo y no poder salir a cazar, me dijo.

Le rogué que no se comiera al melenudo, el del tatuaje, que solo le diera un buen susto, a ver si se marchaba del pueblo. Era una mala influencia para la juventud. Y prometí traerle carne fresca todas las mañanas. El carnicero Perico, es un buen amigo mío, comenté, y me dio la pata en señal de amistad. A paso lento regresé al calor de mi casa.

‒En esta isla no hay leones ‒sentenció el Séneca de mi casa que tiene once años.

‒Entonces era una pantera ‒y de un trago me tomé mi vasito de vino tinto.

‒Tampoco hay panteras.

Este chaval es tan tozudo como mi mujer que en gloria esté.

‒Pues sería un impala ‒y alargué el vaso a mi nieta para que me echara más vino.

‒Imposible ‒y me miró como si fuera el tonto de la familia.

Los niños de ahora con tanta televisión, documentales, tablets y móviles, no respetan a sus mayores. Menos mal que mi maltrecho ego fue redimido por el pequeño de cuatro años que saltando a mi regazo pronunció alto y claro que, si su bisabuelo aseguraba haber hablado con el rey de la selva, era la pura verdad. Mi bisa nunca miente. 

Y lo dijo con tal convicción que hasta me lo creí.


© Marieta Alonso Más

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