Vasija micénica 1500 a.C. |
Me llaman “el ideas” porque me paso la vida inventando cosas. No tengo nada patentado. Soy un antisistema total. Estoy disconforme con todo. No tengo familia, ni amigos. Nadie viene a molestarme. Mi vida es muy normal.
Los artilugios que he creado me despiertan a mi hora, me levantan, me afeitan, me duchan, me visten y a repartir cartas que para eso me pagan.
Tengo un sistema de seguridad en casa que es único en el mundo. Lanzo una piedra de ágata a la cerradura de la puerta y cae la guillotina del techo. Ya puedo pasar. Desde dentro la coloco en su lugar. Pobre del que pretenda entrar.
Voy directamente a la cocina porque llego con un hambre de mil demonios. Me coloco mi pulpo delantal. Me quedo en pie, muy derecho y equidistante de todo. Aprieto el botón rojo y cada uno de los ocho brazos comienza su función:
Uno abre el frigorífico y saca el recipiente de plástico que corresponda al día de la semana, se lo da al dos que abre el microondas, lo introduce, cierra la puerta y marca los minutos necesarios. El tercero pone el mantel, los platos, los cubiertos y la copa sobre la mesa. El cuarto busca todos los accesorios para servirme el vino (enfriador, aros recoge gotas, abridor, aireador, oxigenador, vertedor, embudo y escanciador). Soy un sibarita. Lo reconozco. El quinto me da a elegir entre varias botellas mientras el sexto me coloca una servilleta para no manchar mi uniforme. El séptimo brazo me sirve la comida y el octavo me da de comer.
Más tarde todos los tentáculos juntos se encargan de recoger, fregar y limpiar la cocina para que quede impoluta.
Ya estoy listo para pensar. Me siento en mi butaca preferida.
Llevo varios días buscando una solución a un problema. Necesito una mujer que me lleve al éxtasis, que no hable, que no ronque, que no de órdenes y que me admire.
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