domingo, 28 de septiembre de 2014

Amantes de mis cuentos: Papá Noel

El viejo Papá Noel.
Ilustración de un libro estadounidense.
Año 1855
Wikipedia, la enciclopedia libre 




Me molesta ese afán de Rebeca por meterse en todos los charcos. No sé como puede tener tantos amigos, si a mí, ella, a veces me sobra. Ahora se le ha ocurrido pedir dinero, juguetes, comida, para entregarlos personalmente a unos desharrapados. Pretende, la ilusa, que la ayude en la entrega de los juguetes. Ella sabe perfectamente que no me gustan los niños. No los soporto. Me parecen los seres más egoístas del universo.
        
La tía es muy sutil. No levanta la voz. No me lleva la contraria. Se cree que no me doy cuenta. Tiene un disfraz de Papá Noel, que mira por donde, al único que le sirve es a mí.
       
Se lo dije: primera y última vez que me visto como un mamarracho. Y aquí me tiene a la espera de que finalice el teatro con el que se le ha ocurrido entretenerles. Ya viene a buscarme. Se me echan encima. Es por los juguetes porque a mí lo niños nunca me han hecho caso. Uno de 10 años se acerca:
       
-Se te está cayendo el gorro y eres calvo. 

Me callo a tiempo.

      Siento que me tiran de la pernera. Miro hacia abajo y veo a un mocoso, no por la estatura, es por los mocos que tiene en la cara.



¿Qué quieres? 

Le digo de la mejor manera. Y el mierdecilla que me mira.

Toma un juguete. 

Lo coge y que se queda mirando.

‒¿Quieres caramelos? 

Me extiende la mano libre. Y sigue mirándome. Para que no me oiga Rebeca me agacho y le digo al oído:

¿Qué coño quieres? 

Y me suelta:


Un beso, Papá Noel.

© Marieta Alonso Más




domingo, 21 de septiembre de 2014

Amantes de mis cuentos: Un hombre tímido


Escribir para Alberto es como sacar a la luz lo que mantiene en la sombra. Es tan tímido que dice con los ojos y las manos lo que no se atreve con los labios. Nadie entiende sus silencios. Su mujer, Ana, tuvo que tomar la iniciativa para que su relación no se hiciera interminable. Un buen día encontraron el método perfecto para comunicarse: la palabra escrita.

Alberto con una hoja en blanco y un lápiz cada día más pequeño es capaz de sacar a la luz todos sus sentimientos. Sus relatos han conseguido que su relación con Ana mejore día a día. Lee sus cuentos en la cama y en ocasiones hasta los explica.

Estas lecturas para Ana han sido un hallazgo.

Los cuentos hablan de diversos temas, reflejando su vida en común. En uno sobre el arte culinario Ana se enteró que él detesta la paella que todos los domingos es plato fijo. A ella tampoco le gusta y si la hacía era porque su suegra le había dicho que era el plato preferido de Alberto. Llegaron a la conclusión de que era a la suegra a quien le gustaba el arroz.

En otro se enteró que su voz era lo que le había cautivado, con el paso de los años seguía conservando esos tonos sensuales que aún le hacían vibrar. Ana se reía a carcajadas, la de horas perdidas frente al espejo maquillándose cuando con hablar lo tenía todo resuelto. Le contagió su risa y el vecino golpeó varias veces la pared.

Los fines de semana, con premeditación y alevosía, Ana elige el cuento que quiere escuchar. Nunca pensó que Alberto fuera tan sensible en sus frases cuando con los gestos es tan brusco. Y aunque sigue siendo de pocas palabras desde que escribe cuentos hace un mejor uso de sus manos, sus labios, sus ojos.

© Marieta Alonso Más

domingo, 14 de septiembre de 2014

Amantes de mis cuentos: Los doce trabajos de Hércules

Dedicado a:
 Alejandro, Álvaro, Luxuan, Paula


Los niños de hoy no son como los de antes. Son más espabilados, lo saben todo, se mueven con tal ímpetu que, al menos yo, me parapeto tras una coraza medieval cuando les veo correr hacia mí. Hay que ver lo que da el día de sí. Benditos dibujos animados que les mantienen hipnotizados, pero, esta tarde se nos ha estropeado la televisión, la niñera se ha despedido dando un portazo, mi marido se ha escapado a una reunión y los abuelos se han declarado en huelga. Desde el sofá  les veo, siento y oigo, desparramar cajones por los suelos, deslizarse por la barandilla de la escalera como si fuera un tobogán, saltar en los sofás y balancearse como simios de las lámparas.
Para no perder la paciencia que me caracteriza, logré sentarles en el suelo al estilo de Buda. Cosa rara, escucharon muy atentos, que les iba hablar de un dios mitológico, la divinidad tutelar de la agricultura, protector del suelo, el comercio y los ejércitos, que los griegos llamaron Heracles, los romanos Hércules, cuando en verdad, de niño le pusieron Alceo.
Y por vez primera se quedaron como si les hubiese inyectado anestesia.
Así que buscando en los recovecos de mi memoria, comencé:
Hércules es el más célebre de todos los héroes griegos. En un ataque de locura mató a sus propios hijos y a dos de sus sobrinos.
¡Oh, oh!
La culpable de que lo hiciera fue Hera, su madrastra, que le dio una pócima que le volvió loco. Como había cometido un crimen fue castigado a realizar diez trabajos. El Rey Euristeo dispuso lo que tenía que hacer.
-Y ¿Por qué no le metieron en la cárcel?
-No ves que fue castigado a trabajos forzados.
-Eso ¿qué es?
-A nosotras no nos van a matar porque somos unas niñas muy buenas. A vosotros sí, porque sois muy malos.
Hércules y el león de Nemea

La primera misión fue matar al león de Nemea y despojarle de su piel. Era una fiera de tamaño descomunal y aspecto aterrador. Su madre, Equidna, era una víbora y por esa razón, la piel del hijo, no admitía flechas. Pensando, pensando, Hércules llegó a una conclusión. Lo mejor era acorralarlo en una cueva y ahogarlo con sus propias manos. Y así lo hizo. Ya muerto el león cortó sus garras, con ellas desolló  su piel y como andaba desnudo por esos mundos, utilizó la piel como vestimenta. No sabía que hacer con las fauces así que para no tirarlas, ni que le estorbaran, las utilizó como casco.
-¡Qué fuerte!
-Y valiente. 
-El otro día yo maté a una hormiga.
-Y yo.


Antonio Pollaiuolo. Hércules y la Hidra.




Animada por tanta atención comencé con el segundo trabajo, que no fue otro, que eliminar a la Hidra de Lerna.  Era un monstruo con cuerpo de serpiente, garras de dragón y dorso cubierto con duras escamas. Tenía siete cabezas y las bocas lanzaban fuego y azufre. Si se le cortaba una cabeza salían dos. Hércules pidió ayuda a su sobrino Yolao. Uno tomó una antorcha y el otro una hoz. Así cuando uno cortaba la cabeza, el otro cauterizaba la herida. Y la Hidra, feneció.
-¿Eso qué es?
-Morirse, tonto.
Este trabajo no fue aceptado como válido por haber recibido ayuda.
-Y ¿por qué?
-Porque Euristeo así lo quiso.
-¡Ah!
Hércules y la cierva de Cerinea

El tercer objetivo era capturar a la cierva Cerinea que tenía las pezuñas y los cuernos de oro. Esta cierva era un animal sagrado del tamaño de un buey. Hércules con un mazo muy parecido a los bastos pintados en las cartas, la golpeó, a pesar de que corría a una velocidad sorprendente, pero Hércules tuvo mucho cuidado en no matarla, por temor a la ira de la diosa Artemis.
-¿Y que hizo con las pezuñas y los cuernos de oro?
-Se las entregó a Euristeo.
-¿Yo metería a Euristeo en prisión?
-¿Cómo? No sabes que los reyes tienen muchos guardaespaldas.

Tuaillon. Hércules y al jabalí de Erimanto
La cuarta prueba fue capturar al jabalí de Erimanto que era enorme y siempre estaba furioso. Con una cadena logró trabar sus patas y su hocico, y lo cargó sobre sus espaldas para presentarse con él, ante Euristeo, que según dicen, se escondió en un ánfora.
-Era un cobarde.

Llegó al quinto trajín. Para humillar a Hércules, Euristeo le mandó a limpiar los establos de Augías, en veinticuatro horas. Tenía que dejar impolutos unos establos que llevaban muchos años abandonados. ¡Ah! Pero Hércules no se amilanó ante tanto trabajo, porque desviando el curso del río Alfeo, su corriente arrastró toda la basura. Mientras el río limpiaba el establo, Hércules se puso a pensar que debía pedir una remuneración por ese trabajo y contra todo pronóstico, le dijeron que le pagarían, pero no cumplieron la promesa.
Hércules desviando el cauce

-No se debe mentir.
-Pues… mi amigo del colegio me dijo que me regalaba su coche y luego me lo quitó.  
Tampoco este trabajo fue aceptado como válido. Así que los diez trabajos se convirtieron en doce.
-Eso no es justo.
-¿Se enfadó Hércules?
-Seguro que sí.

Hércules y las aves del lago Estínfalo
El sexto mandato fue acabar con la amenaza de las aves del lago Estínfalo. Eran monstruos de origen divino con dardos en lugar de plumas, alas, picos y garras de bronce. Se escondían entre las ramas de los árboles, así que Hércules las hizo salir de su escondite por medio de unas grandes castañuelas también de bronce. Con el ruido se marcharon volando y con gran alboroto. Algunas las pudo matar con sus saetas que eran muy poderosas porque Hércules había guardado la sangre de las cabezas de la Hidra que eran muy letales y con ellas untó las flechas.
-¿Las flechas estaban envenenadas?
-Pues claro.
-Entonces solo con olerlas, el pájaro se moría.
-¡Este niño es idiota!


Hércules y el toro de Creta
La séptima faena fue capturar el toro de Creta. Era muy hermoso nacido de las aguas del mar al que Poseidón volvió furioso. Euristeo mandó hacer este trabajo con muy mala intención porque lo que quería era medir las fuerzas entre Hércules y el toro. Pero, éste, tras un forcejeo, lo agarró por los cuernos, se lo cargó a la espalda y se lo llevó vivo a Euristeo. 
-Con lo fuerte que son los toros.
-¡Pero Hércules lo es mucho más!
-¿Y si el toro mata a Hércules?
-Imbécil. No ves que Hércules siempre gana.
-Entonces ¿es un héroe?
-Pues claro. 
Hércules y las yeguas de Diomedes

La octava tarea fue apaciguar a las cuatro yeguas del Rey de Tracia, Diomedes. Estaban acostumbradas a ser alimentadas con carne humana. Hércules se sentó en una piedra a pensar. Bajo ningún concepto quería terminar en el estómago de esas yeguas. Las veía moverse de un lado a otro, nerviosas, al parecer llevaban días sin comer y tenían un hambre atroz. Así que para calmarlas le echó a Diomedes, el Rey. Las yeguas se lo comieron y se quedaron tan tranquilas. Sin grandes esfuerzos se las llevó a Euristeo que pidió que no se las acercaran, por si las moscas.
-No me gusta Euristeo.
-Y eso ¿qué nos importa?
-Bueno.
Hércules y el cinturón de Hipólita

La novena obligación: arrebatar el cinturón a Hipólita, la Reina de las Amazonas. Era el símbolo de su poder. Las amazonas eran mujeres guerreras que se cortaban un pecho para colocar mejor el arco. Se apareaban una vez al año. Si tenían hijos se los daban al padre o los abandonaban. Solo se quedaban con las hijas. Hércules no se lo pensó mucho y en un combate singular dejó a la Reina inmovilizada agarrándola del cabello y le quitó el cinturón. Hay quien dice que secuestró a su hermana Melanipa y a cambio ella le entregó su cinturón.
-Yo sé cómo nacen los niños.
-¿Cómo?
La pequeña se echó a llorar con gran desconsuelo. Tras un rato a la espera de que se calmara, dijo:
-Me gustan más los cuentos de princesas.
-A mí también.
-A nosotros nos gusta más Hércules. Vamos a ser tan fuertes como él.

Hércules contra Gerión. el Louvre
Llegamos al décimo esfuerzo, en la que nuestro héroe debe robar los bueyes de Gerión. Hércules tuvo que trasladarse al extremo occidental del mundo. Así que llegó a Huelva donde vivían los tartessos, no sin que antes tuviera que abrir el estrecho de Gibraltar. Sin pereza separó en dos el continente. Gerión era un monstruo gigante y muy cruel, tenía tres cuerpos y era propietario de un inmenso rebaño de bueyes y de vacas rojas, que cuidada el pastor Eurition junto con un perro llamado Ortro de dos cabezas, hermano del can Cerbero. Primero mató a Ortro, luego a Euritión y por último a Gerión. Y se apropió del rebaño. De regreso Hércules pidió ayuda a Helios, el sol. Venía algo cansado porque no es fácil lidiar con tantas vacas y bueyes. Así que le pidió al sol su copa dorada para regresar, digamos como si diera un paseo por los aires, ya que Helios la utilizaba para cruzar el mar cada noche de oeste a este. Helios, muy amable se la prestó, y mientras tanto, se quedó en su cuádriga oyendo música, acompañado de sus hermanas, Aurora y Selene.
Así Hércules pudo llegar descansado al palacio de Euristeo.
-Y ¿si le hubiese pedido ayuda a Spiderman?
-Esta niña es boba. No vez que Spiderman está en Nueva York capturando a los malos.

El jardín de las hespérides
El undécimo quehacer fue robar las manzanas de oro del jardín de las Hespérides. En las Islas Canarias, habitaban unas ninfas, llamadas Hespéridas, que  cultivaban árboles con manzanas de oro. Un hermano de ellas, Atlas, se encontraba en aquel momento sujetando sobre sus hombros la bóveda celeste por haberse rebelado contra Zeus. A Hércules se le ocurrió pedir ayuda a Atlas. Y éste se ofreció a ir en busca de las manzanas si Hércules se quedaba sujetando el cosmos. De regreso con las manzanas, Atlas pensó, que si dejaba a Hércules sujetando el cielo, él se libraría de tan gran peso y podría quedarse, de paso, con las manzanas. Pero a Hércules no había quien le engañase. Le escuchó atentamente, asintiendo, y le dijo:
-No me importa quedarme sosteniendo el firmamento pero necesito ponerme algo sobre los hombros para sujetarlo mejor.
Atlas dejó las manzanas en el suelo y retomó el cielo.
Hércules libre de la carga recogió las manzanas y se marchó diciéndole adiós a Atlas, con una sonrisa.
-¡Qué estúpido!
-Yo quiero ser Hércules.
-Y yo
-Yo no. Yo quiero ser una amazona.
-Y yo… yo… yo… quiero ser una princesa. 
Hércules y el Can Cerbero

Llegamos a la duodécima hazaña. Esta vez Hércules tuvo que bajar a los infiernos, a Hades, como así se llama el abismo, para traer al can Cerbero que tenía tres cabezas y  cola de serpiente. Este perro era quien custodiaba la puerta del averno para impedir la entrada a los vivos y la salida a los muertos. Hay quien cree que Hércules le pidió permiso a Hades para llevarse a Cerbero y éste accedió. Otros dicen, que trató con tanta amabilidad al perro, que Cerbero no acostumbrado a ser tratado con deferencia, le acompañó dócilmente. En cambio, otros piensan que Hércules luchó con Cerbero y lo derrotó.
El caso es que consiguió llevárselo a Euristeo. Mientras buscaba a Cerbero, para entretenerse, liberó a Teseo…
-¿Ese quién es?
…pero la tierra tembló cuando intentó liberar a Pirítoo.
-¿Ellos también mataron a sus hijos?
Si queréis, otro día, os cuento la historia de estos dos. Así que con este último servicio, Hércules, finalizó todos los trabajos. Y colorín, colorado.
Los niños quedaron pensativos, cenaron en silencio y se acostaron temprano, sin chistar. Las pesadillas me tuvieron en pie toda la noche.


Pero a la mañana siguiente…



© Marieta Alonso Más

domingo, 7 de septiembre de 2014

Amantes de mis cuentos: Amor filial



William A. Bouguerau



Yo era de esos niños alérgicos al colegio.

El primer día me dejé llevar porque no sabía lo que era aquello. Llegué a casa diciendo que no me gustaba, que no quería volver. Pero al día siguiente me despertaron a pesar de lo dicho, por lo que comencé a llorar, a patalear, a berrear, hasta que me subió la fiebre y me llevaron a Urgencias. Allí no supieron qué me pasaba. Todos los días lo mismo. Así una semana, hasta que mi padre apesadumbrado dijo:

Este niño no vale para estudiar, solo de pensar en ello le sube la fiebre. Se nos va a morir. Que se quede en casa. Ya aprenderá un oficio.

Pero mi madre, que era de esas mujeres, que solo hablan cuando es necesario, se puso las manos en la cintura, movió la cabeza mirando a mi padre, luego a mí, de nuevo a mi padre y dijo:

Mi hijo va a estudiar aunque se muera.

Lo dijo de tal manera que del susto se me quitó el espanto y mi padre y yo tomamos cabizbajos el camino para el colegio. Nunca más me dio fiebre. Tomé tal impulso que no solo hice primaria, secundaria, también terminé cinco carreras universitarias, una detrás de otra.

En mi trigésimo cumpleaños mi madre sin una pizca de consideración me dio el segundo gran susto de mi vida al decir:

Basta de estudiar. Óyeme bien. No te pido que te busques cinco trabajos, me conformo con uno. Sal inmediatamente y no regreses hasta que no te hayan contratado.

Todo esto lo dijo señalando la puerta. No pude terminar el postre.

Si por mi padre hubiese sido yo sería un hombre holgazán, simpático, sin ambiciones y viviendo a costa de ellos pero, mi madre no lo permitió.

Como no encontré trabajo tuve que crear una fábrica de alta tecnología. Hoy trabajan en ella más de tres mil personas.

Me estoy matando a trabajar, mamá.

Ella contestó:

Tranquilo, te morirás cuando yo lo diga. Ahora debes salir a buscar novia, casarte y tener una docena de hijos.

Así lo hice. Ya tenemos seis niñas y seis niños. Mi mujer y mi madre se mastican pero no se tragan. Yo era feliz hasta que ayer mi madre murió y se fue sin decirme el día que debo marchar junto a ella.

© Marieta Alonso Más