El viejo Papá Noel. Ilustración de un libro estadounidense. Año 1855 Wikipedia, la enciclopedia libre |
Me
molesta ese afán de Rebeca por meterse en todos los charcos. No sé como
puede tener tantos amigos, si a mí, ella, a veces me sobra. Ahora se le
ha ocurrido pedir dinero, juguetes, comida, para entregarlos
personalmente a unos desharrapados. Pretende, la ilusa, que la ayude en
la entrega de los juguetes. Ella sabe perfectamente que no me gustan los
niños. No los soporto. Me parecen los seres más egoístas del universo.
La tía es muy sutil. No levanta
Se lo dije: primera y última vez que me visto como un mamarracho. Y aquí me tiene a la espera de que finalice el teatro con el que se le ha ocurrido entretenerles. Ya viene a buscarme. Se me echan encima. Es por los juguetes porque a mí lo niños nunca me han hecho caso. Uno de 10 años se acerca:
-Se te está cayendo el gorro y eres calvo.
Me callo a tiempo.
Siento que me tiran de
‒¿Qué quieres?
Le digo de la mejor manera. Y el mierdecilla que me mira.
‒Toma un juguete.
Lo coge y que se queda mirando.
‒¿Quieres caramelos?
Me extiende la mano libre. Y sigue mirándome. Para que no me oiga Rebeca me agacho y le digo al oído:
‒¿Qué coño quieres?
Y me suelta:
‒Un beso, Papá Noel.
© Marieta Alonso Más
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