domingo, 2 de noviembre de 2014

Amantes de mis cuentos: Elogio a una hortaliza

Las cebollas. Pierre-Auguste Renoir


Mi psicóloga me recomendó leer libros trágicos, ver películas tristes, dramas en el teatro, que frecuentara la compañía de personas desdichadas para que se disipara mi angustia a través de las lágrimas. Nada de esto hizo que brotaran de mis ojos.

En cambio, el allium cepa fue mi salvación. Dicen que es una de las primeras plantas cultivadas y que procede de Asia Central. Me han informado que a los egipcios les hizo buen provecho y que más tarde griegos y romanos alimentaron a gladiadores y legionarios con un mejunje parecido a lo que hoy se llama “salsa provenzal”. Así obtenían tanta fuerza y musculatura como apreciamos en el cinematógrafo.

Reconozco que disfruto al máximo cuando, cada día, la coloco sobre una tabla de madera y voy haciéndola trocitos. Lloro a mares, me quita la tos, hace que me sienta genuinamente feliz.

Con ella mis sentidos se alborotan. Su olor me llena, me arrastra hasta el infinito, cuando siento que se me hace la boca agua al masticar despacio, una buena tortilla española. La paso de un carril a otro retardando el momento de engullirla.

También a través del oído he llegado a venerar este manjar, al leer en voz alta una de las más tristes canciones de cuna, canción de ausencia, de añoranza, de gran carga emocional.

Pero es a través de la vista cuando me ha llegado el éxtasis. El cuadro de Auguste Renoir. Su colorido, la fragmentación de su pincelada, la luz de la naturaleza, la voluptuosidad de su forma. Esta hortaliza me llevó a las alturas y me sentí un alma gemela de este pintor excepcional que fue capaz de descubrir la belleza allí donde nadie antes la había visto.


Nunca pensé que a través de esta simple planta herbácea llegara a alcanzar tal estado de bienestar, tal sosiego, tal conocimiento de las artes.



© Marieta Alonso Más

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