Octopus vulgaris |
Tengo un octópodo en mi
casa.
Y conste que no fue elegido
por mí. Una amiga tuvo la feliz idea de traerlo como regalo de cumpleaños.
A mí… que no me gustan los
animales. A mí… que no soporto la responsabilidad de tener algo o a alguien a
mi cuidado. A mí… que siento arcadas cada vez que lo veo.
Ya sé que mañana podré
deshacerme de él, ya encontré a quien regalárselo. Si mi amiga se enfada es su
problema, acaso no me conoce, acaso no sabe que pasaré esta noche en vela por
culpa de este maldito bicho y de su maldita feliz idea.
El fallo es mío porque en
vez de buscarle casa debí tirarlo al contenedor.
¡Cómo no se me ocurrió
antes!
Ahora no puedo porque ya
tiene dueño a partir de mañana. Pero… y esta noche.
¡Qué manera de complicarme
la vida!
Suena el teléfono y es mi ex
amiga preguntando por el pulpo. Toda mi rabia salió a flote. Y la otra con esa
calma de la que encima hace gala me recomienda darle un beso en cada uno de sus
ocho brazos por si ocurriera un milagro.
© Marieta Alonso Más
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