Allá a lo lejos las aguas diáfanas de aquel río se precipitaban. Pero a Bartolo le gustaba darse su baño a diario en el curso bajo donde el caudal era mayor y menor la velocidad de la corriente.
Allí se cepillaba el churre, se ponía panza arriba, panza abajo, se quitaba la pereza, nadaba y disfrutaba del descanso tras la dura faena.
A punto de terminar su baño vio salir de entre unos matorrales a una de sus becerras, la Pinta, en busca de agua fresca. Cuando la novilla se dio cuenta de su presencia, se detuvo bruscamente y alzó la testuz sorprendida.
Bartolo le habló con dulzura:
−No tengas miedo, muchacha.
Y como era de ley no molestar el ganado mientras abrevaba, se mantuvo quieto. Terminó la ternera de beber, lo miró y con toda su calma se fue alejando.
Bartolo esperó que estuviera a una distancia prudencial para salir del agua, no le pareció decente que le viera en cueros.
© Marieta Alonso Más
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