Tú que en mi vida lo fuiste todo ¿adónde te has ido?
Llegaste del trabajo más temprano que otras veces, te duchaste y te pusiste la ropa de los domingos, tomaste en brazos a cada uno de los niños y a mí me diste un beso largo luego con una carantoña en la mejilla, dijiste:
—Ve haciendo la cena que yo voy en busca de tabaco.
Y hasta hoy en que he recibido un sobre con tu remitente desde Cuba.
Me he sentado en la mecedora sin ánimo para abrir
Mi hermana fue mi apoyo. A ella he ido cuando leí en su carta que no dejaba de pensar en sus hijos ahora que está al borde de la muerte. Se me quedó mirando.
Estoy esperando a mis hijos para darles la buena nueva, la de que su padre no había muerto, sino que se fue allende los mares, se olvidó de nosotros, formó otra familia y ahora ha recobrado la memoria en un último intento de ganarse el cielo. Debo hablar sin acritud. Es el padre que les endilgué. Ojalá hubiese elegido mejor. Pero a estas alturas, esto no tiene remedio. No debo dar mi opinión para nada. Mis hijos ya son adultos y sabrán lo que deben hacer.
Sobre mis sentimientos ¿qué puedo decir? Confiaba en él. Le amaba. Y en mi ingenuidad creía que algo malo le había pasado. Sus padres tampoco en vida tuvieron noticias suyas.
Vuelvo a leer la carta.
© Marieta Alonso Más

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