domingo, 11 de septiembre de 2022

Amantes de mis cuentos: Un chico díscolo

 

No me gustaba estudiar. 

Por eso con diez años estaba en tercero de primaria, como repetidor. Una mañana hice una de las mías y la maestra me castigó sin recreo. Avisé a mi madre que le echó una buena bronca a la que se creía con derecho a llamarme la atención. Yo estaba enfermo del corazón, se enteraba, y había que darme todos los caprichos.

La escuchó sin mover un músculo de la cara y cuando nos quedamos solos vino hacia mí y me dijo muy bajo: ¡Qué bien que tu corazón sea frágil, así con un buen susto te quedas tieso! ¿Te quieres morir?

—Por supuesto que no —contesté en un tono muy pedante.

—Pues hagamos un trato. Te pongo al frente de la disciplina del aula, si lo consigues, no seré tu verdugo. Pero a la primera que me hagas: ¡Zas!

Pensé que esa gente que no alza la voz era muy peligrosa. Y entramos en negociaciones.

Al final de curso no solo pasé de grado, lo hice con notable. Yo que tendía a que mis luces intelectuales estuviesen apagadas, de pronto se encendieron; mi padre que me tildaba de tonto dejó de decirlo y me premiaba con un libro y llevándome al cine; a mi madre el orgullo se le salía por los poros, y eso que estaba celosa, pensaba que quería más a la maestra que a ella. Y puede que no anduviese muy descaminada, porque cada vez que tenía dificultades con alguna asignatura visitaba a mi profesora que tenía el don de hacer fácil lo difícil.

Un día me aconsejó que aprovechara mi mente para vencer a mi débil corazón. Y fue el mejor consejo que me han dado en la vida.

 

© Marieta Alonso Más

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