domingo, 1 de marzo de 2020

Amantes de mis cuentos: Aquellos años...








Homenaje a Carmen Silva

Con todo cariño








Érase una niña nacida en Madrid, que dedicó su vida al teatro y a la literatura. Se propuso triunfar y lo consiguió. Muchos años después, allí estaba, en el mismo corazón de su despacho, que latía en el asiento de la desvencijada silla giratoria que de tanto usarse casi besaba el suelo. Con mucho cuidado consiguió elevarla a su altura, y con un taco de madera a modo de cuña consiguió que se mantuviera en su lugar.

Un libro pequeño y encuadernado con tapas de un azul añil le hacía señas desde una esquina de la mesa. No pudo resistirse. Lo tomó entre sus manos y con un crujir de hojas posó sus ojos en aquella página en la que estaba escrito:

Una mañana más
y tus ojos tan lejos de los míos.
Una mañana más imaginando miradas,
midiendo pasos, esperando sonidos,
dando cuerda a la fe
de una verdad inexistente.
Con un solo nombre en el cerebro.

Una mañana más sin objetivos,
con la obligación de respirar, de comer, de olvidarte.
No quiero más mañanas vacías
rodeadas de palabras inútiles.
Sin embargo, así son treinta mañanas en un mes.
Trescientas en un año.

Cerró los ojos y sin darse cuenta comenzó a encender y apagar con ritmo la lámpara de mesa. Era un gran invento, pensó, aunque soso, sin gracia. Ella de niña se levantaba de noche y para no tropezar tomaba un recipiente circular con asa, que tenía dos ranuras, grasa y una mecha. Su querido candil.

Con su camisón blanco y la luz pegada a la cara despertaba a su hermana que lanzaba gritos de terror. Soplaba con rapidez para apagar la mecha y corría a meterse en su cama, y allí se quedaba con los ojos muy cerrados como si fuera un angelito disfrutando de dulces sueños, a la espera de que sus padres vinieran a consolar a esa otra hija que, sin motivo aparente, tenía tales pesadillas, de un tiempo a esta parte.

Sonrió con los recuerdos y aquella mañana no la sintió vacía.

© Marieta Alonso Más

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