domingo, 6 de octubre de 2019

Amantes de mis cuentos: La piedra de la verdad



En el dormitorio de Gertrudis había un espejo de cuerpo entero, y otro de medio cuerpo colgados frente a frente en la pared. Decía que esas lunas que reflejaban toda la luz y chocaban contra su superficie, tenían una secreta relación. Cuando su amante venía a visitarla jugaban a hablarse a través de ellos, con frases amorosas, besos soplados, sonrisas cómplices, simpáticas habladurías, graves enfados. Según fuera de agradable o tenso el tema de conversación, reían o…

Había una porfía que tarde o temprano salía a relucir. Se manifestaba cuando ella, toda amorosa, le preguntaba cuando se iba a divorciar de su encantadora mujercita. Él poniéndose los pantalones se daba la vuelta, subía la cremallera, se abrochaba la camisa, se hacía el nudo de la corbata y tras estirar las mangas de la chaqueta, sacaba el pañuelo bordado con su inicial y con un vibrante y rotundo estornudo se limpiaba la nariz. A continuación, le daba un beso en la mejilla y se marchaba.

Gertrudis, rabiosa, se miraba en el espejo de cuerpo entero, y al ver que la naturaleza se había volcado en ella, se animaba un poco. Luego se iba al pequeño donde la imagen reflejaba su rostro perfecto, y el ánimo subía mucho más, para después sentarse ante el tocador y tomar un espejo pequeño y redondo que por un lado era de aumento y, con ira controlada, se retocaba las cejas.

Un día su asistenta mexicana le trajo de regalo un trozo de obsidiana pulida. Al verse reflejada en él, con otro tono de piel y mucho más guapa, decidió enmarcarlo y subirlo a su habitación. Ya eran cuatro los espejos. Lo que ella desconocía eran los poderes de adivinación de esta piedra de abismal negrura, en la que se podía ver el pasado, el presente, el futuro…

Tras una temporada de relativa normalidad, volvió a salir a la luz su obsesión, la discusión inacabada. De pronto, se oyó un ruido como si temblaran cielos y tierra y en aquel espejo de bruja elegancia apareció la imagen de una mujer: La de la legítima esposa, que recorrió el recinto con la mirada. La posó en Gertrudis que estaba vestida con un deshabillé malva sobre la cama. Luego en su marido que, desnudo y petrificado, la oyó decir: «Ni se te ocurra volver».


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