Me enamoré de la suavidad de su piel, de su languidez y también por qué no decirlo, de esa sensación de amor prohibido, que tanto atrae, ya que era propiedad de mi mejor amigo.
En silencio le cantaba bellos y excitantes boleros al no encontrar otros temas de conversación, y aprovechaba cuando su mejor amigo iba a buscar algo de beber y se quedaba solo con ella y pasaba sus manos por aquel rostro perfecto.
La llamaba «mi Perla» y cada día sentía el dolor de no poder hacerla suya, pero eso sería traicionar a su mejor amigo. Su secreto acabaría en la tumba.
Aún recuerda con triste lujuria aquella mañana en que fue a contemplar la serena belleza de su amor, aquella muñeca hinchable, a la que su amigo, la noche anterior, había arrojado al contenedor sin haberle siquiera advertido.
Corrió y corrió, pero el camión de la basura ya había hecho su ronda. Visitó todos los vertederos, nada. Y sintió cómo su alma se rompía en mil pedazos, al perder el primer gran amor de su vida.
© Marieta Alonso Más
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