domingo, 3 de marzo de 2019

Amantes de mis cuentos: Una isla para la esperanza




El rápido velero con las negras lonas al viento vino a carenar a la hermosa bahía. No había nadie en las inmediaciones. Silencio y soledad. Bajaron unos diez hombres atentos al rumor de pisadas, al roce de las hojas, por fin se convencieron de que estaban solos y eso, de momento, era bueno.

Se hicieron las señales convenidas y cada uno se dispuso a efectuar su trabajo. La quilla necesitaba de algunos arreglos. Había que taponar las juntas con algodón o estopa impregnados en alquitrán y como último recurso cambiar una de las grandes vigas de madera. El pinar cercano ofrecía tranquilidad al respecto. Había que conservar en perfecto estado las velas y aparejos, que unidos a un diestro manejo incrementaba la velocidad. Otros tendrían que dedicarse a la caza y a la recogida de frutos.

El capitán observaba desde el puente de mando. Uno de ellos fuerte, robusto, de andar recto como una columna, escudriñaba los alrededores centrándose en el bosque. Con paso lento y seguro se fue alejando. Era Patrick, su mejor rastreador. Al día siguiente saldrían a la caza de hombres que con engaños o a la fuerza se convertirían en esclavos. Comenzó a llover. Con la caída del sol hubo vítores, cada grupo había hecho lo que tenía que hacer. El velero estaba listo para zarpar.

El explorador regresó con buenas noticias, y a la amanecida fue coser y cantar hacerse con una docena de hombres sanos y fuertes. Salieron de allí antes de que se diera la voz de alarma. No estuvo mal la redada.

Solo cuando la noche les cubrió se dieron cuenta de que Patrick, el adusto y eficaz irlandés, no estaba en el barco. ¿Se habría caído al mar?, preguntaban sus compañeros escudriñando las aguas. Era un magnífico nadador, imposible. Mientras, el capitán se mesaba la barba, casi seguro de que aquel hombre al que tanto ayudó y admiraba se la había jugado. Traidor. Eso era, un traidor.

‒Volveré y te mataré ‒juró para sí mismo.

Patrick salió de su escondite cuando oyó alejarse el barco. Debía largarse de inmediato de aquella zona de dolor. Y su mirada se dirigió hacia las numerosas cuevas de aquella lejana montaña que allá en lo alto parecían llamarle. Era el comienzo de una nueva vida.



© Marieta Alonso Más

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