La niña de cuatro años parecía bastante repipi con sus tirabuzones rubios, su blusita blanca, su peto y sus zapaticos de rosa.
Junto al padre se disponía a subir las escalerillas del barco con el que emprenderían un viaje a España. Este le ofreció su mano pero ella, tan autosuficiente a pesar de su corta edad, no la aceptó.
Trastabilló por lo que tuvo que ponerse en posición de gateo. A través de los peldaños miró el mar tan cerca, tan azul con burbujas blancas, y titubeó. Era paticorta y el segundo escalón estaba muy alto.
El padre protector la tomó de ambas manos y alzándola y dejándola caer fue saltando de una en una las escalas hasta llegar a la cubierta del barco.
La madre y la hermana se habían quedado rezagadas así que tuvieron que esperarlas y para entretenerse la niña jugó con la tetilla que llevaba colgada al cuello. Eran inseparables. El padre al verla comentó:
¡Qué vergüenza! Tan grande y con tete. ¿Qué dirá tu abuela cuando te conozca?
La cara de la niña cambió de color. No se decidía. Miró a uno y a otro lado, buscó a su madre, encontró a la hermana que le sacó la lengua, despacio retiró por la cabeza la cinta con el chupete y con toda la fuerza de su corto brazo, lo tiró al mar.
Ya soy mayor-, se le oyó decir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario