«Los reyes magos son los papás» así me dijeron una vez en la escuela cuando era pequeña.
¡Eso es mentira!, contesté. Y hoy a mis setenta y cinco años sigo pensando lo mismo.
Me emociono al ver a los tres Reyes Magos en la televisión, la Cabalgata me hace feliz, pero también amo a tantos Reyes Magos por las calles, con bolsas, con ilusiones. Reyes Magos que han ahorrado céntimo a céntimo durante muchos meses para ver la magia en la cara de sus niños, y se sienten Magos por llevar ilusión y alegría a sus caras.
¡Los reyes magos sí existen! ¡Yo los he visto!
En la parada del autobús, caminando por las aceras, cruzando un paso de cebra con bicicletas que no podían con ella, con muñecas enormes, con pelotas de colores…
Los he visto en la cara de muchos niños y también en la de jóvenes y mayores que no han perdido la ilusión, cenando rápido para irse a la cama, poniendo agua para los camellos y arroz con leche para los Reyes Magos. Y se lo bebieron y comieron todo.
He visto a los Reyes Magos en aquella viuda que solita sacó a sus cuatro hijos adelante y nunca faltaron en el árbol unas bolsitas de caramelos; en aquel abuelo que estuvo trabajando día y noche arreglando una bicicleta que encontró en un contenedor, le cambió la cadena, la lijó, la pintó de rojo y le puso manubrios nuevos para su nieto que era lo único que le había pedido a los Reyes Magos; en aquel padre que desde septiembre dejó de ir al bar para poder comprar a su hijo lo que llevaba meses pidiendo y que cada vez que pasaba por aquel escaparate pegaba la nariz y decía: Te quiero, spiderman.
Y mi corazón salta en mi pecho pensando qué me traerán este año los Reyes Magos. Y a las cuatro de la mañana me despierto, me levanto y me acerco al salón para comprobar que allí está mi regalo. No podía ser de otra manera. Lo había envuelto y puesto a los pies de mi Belén, el de toda la vida.
© Marieta Alonso Más