domingo, 9 de marzo de 2025

Amantes de mis cuentos: Historias de la niñez: A mis doce años

 


 

En sexto grado me enamoré de una compañerita de clases. Se sentaba a dos pupitres del mío. Teníamos la misma edad, pero ella ya era una mujer cuando yo todavía parecía un renacuajo de patas largas. Tenía alborotados a todos los chicos de la clase, hasta mi mejor amigo bebía los vientos por ella, por lo que yo no tenía ninguna posibilidad de que se fijara en mí. Y sufría pensando que a lo mejor no íbamos a coincidir en séptimo grado y la perdería de vista para siempre.

 

En la fiesta de Fin de Curso ella hablaba, bailaba, reía con todos menos conmigo. Yo como un pasmarote estuve todo el tiempo de pie, al lado de una ventana, con una botella de Coca-Cola en la mano. Tenía ganas de llorar, pero los hombres, decía mi padre, lloran por dentro.

 

Convencido de que iba a ser un infeliz toda la vida, no me di cuenta de que la tenía al lado. Me miró y sin previo aviso me estampó un beso en la mejilla, para luego entregarme un papel y salir corriendo. Era la dirección de su casa y un teléfono fijo. En la puerta del colegio se dio la vuelta y me dijo adiós con la mano.

 

No le pude contestar, estaba como hipnotizado, mi corazón daba golpes en mi pecho como si quisiera salir trotando.

 

Reaccioné tarde. Cuando salí a la calle ya no la vi. Lo que sí sentía era la luz de las farolas iluminando mi cara, las rosas, los jazmines, los flamboyanes me sonreían, hasta el asfalto me demostró su cariño cuando uno de mis zapatos tropezó con una piedra y caí en pleno charco como si fuera un sapo.

 

Ella se había fijado en mí. Me había dado un beso. Nunca más me lavaría la cara.

    

 

© Marieta Alonso Más

domingo, 2 de marzo de 2025

Amantes de mis cuentos: El baúl de los secretos

 




Al pie de la cama estaba el enorme baúl de caoba de mi abuela.  Levantó la tapa y del interior se escapó un tenue olor a naftalina. Un papel de seda envolvía una canastilla completa y debajo de todo cubierto por una manta marrón un cochecito antiguo de bebé. En la esquina derecha, casi oculto, un diario de tapa dura.

Lo tomó entre sus manos y sentada lo hojeó con cuidado, curiosa. Lo escrito no abarcaba muchas hojas. La abuela tenía una letra muy clara, frases cortas en las que se podían leer entre líneas la alegría de una espera y el dolor de dos pérdidas.  

 

 

1941

¿Cuándo planeas tener familia? Eran mi madre, mis tías, las amigas, quienes no dejaban de hacer esa pregunta tan habitual desde el día en que me casé, hace ya de ello dos años. Y yo deseaba que una semillita echara raíces en mí, que creciera y poder gritar al viento: ¡estoy embarazada!

Pero el destino tenía otros planes. Los japoneses bombardearon Pearl Harbor y esa guerra absurda entró de lleno en mi familia. Tom fue llamado a filas. A los quince días de su marcha, me di cuenta de que una nueva vida iba creciendo en mí. Ni siquiera tuve antojos. Cada siete días, los miércoles, escribía a Tom contándole los cambios que ocurrían en mi cuerpo de una semana a otra.

Pasaron los meses y recuerdo tal y como si fuera hoy aquel día en el jardín. ¡Cómo olía el viento esa soleada mañana! Evoco la sensación de hierba mojada bajo mis pies desnudos… Mi mirada se pierde a través de la ventana.

De un jeep se bajaron dos oficiales del ejército. Caminaron hacia mí con las gorras bajo el brazo. Me entregaron un papel que decía: Muerto en combate. Perdí el conocimiento.

Tengo un recuerdo vago de todo lo que pasó, como un ruido de sirenas. Al abrir los ojos vi ante mí el rostro del médico y oí sus palabras amables, luego el de una enfermera que tenía mis manos entre las suyas, y por último el abrazo de mi madre cuando la dejaron entrar en la habitación. Por ella me enteré que fue demasiado tarde cuando se dieron cuenta de que nunca tendría la dilatación suficiente. Hicieron un corte, pero ya mi niño estaba muerto.

En ocasiones logro alejar de mi mente los pensamientos sobre el bebé y me concentro en algo que debo hacer. Estar ocupada es lo mejor para mí.

Hoy, por vez primera, no sentí la necesidad de llorar. Estuve todo el día lijando y barnizando la puerta de la calle. Una vecina me preguntó si mi padre era ebanista, si me había enseñado, porque estaba quedando muy bien. Le dije que no, en todo caso, mi padre siempre hablaba de tener la casa y los muebles en perfecto estado. Su filosofía era: nada roto en el hogar. Daba sensación de pobreza.

A mi amiga Bette le gusta cotillear de los demás y siempre tiene una opinión, un chisme, una anécdota, algo para entretener y hacerme reír, aunque termine llorando. Viene todos los días. Según ella es una persona comprometida con la vida y yo debería hacer lo mismo. Dice que va a tirar el diario un día de estos al cubo de la basura.

 

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Para Alice encontrar aquellas palabras escritas fueron una verdadera sorpresa. La abuela nunca habló de ese primer matrimonio ni de haber perdido a su único hijo varón.

Ahora, en su honor, la nieta tiene esas hojas unidas y protegidas en un lugar destacado de la librería y como el más preciado de sus muebles en una esquina del cuarto de estar se encuentra, repleto de flores, el antiguo cochecito de bebé.

A todos llama la atención esos ramilletes que cada dos o tres días cambia en honor de aquella mujer fuerte, de sonrisa triste y abrazos alegres que aprendió a vivir con su cruz a cuestas.



© Marieta Alonso Más

domingo, 23 de febrero de 2025

Amantes de mis cuentos: Historias de la niñez. La lluvia

 




 

Han dicho que va a llover. Hace un sol que raja las piedras. Pero si lo han dicho, lo creo. Ya no estamos en 1967, son otros tiempos, muy distintos a aquel cuando uno de los primeros meteorólogos, ante la sequía que imperaba en España y con claros indicios de que el tiempo iba a cambiar, apostó el bigote. Llovería. Se lo tuvo que afeitar.

De niño me fiaba más de las rodillas del abuelo. Desayunando dijo que olía a lluvia y yo no quitaba los ojos de la ventana. Estaba castigado en mi habitación. Tenía que estudiar.

La hora del ángelus. Fue justo en ese momento cuando el sol se despidió, se volvió todo negro, ese negro de tormenta, que a veces asusta y las paredes se fueron difuminando con la oscuridad creciente. Un trueno sonó a lo lejos. Todo se sembró de sombras.

Era feliz. No sé qué encanto tenían y tienen sobre mí las gotas de lluvia, pero me atraen como un imán. Vivíamos en un quinto piso. Sin pensarlo dos veces salí corriendo, el abuelo medio sordo no se enteró.

Me deslicé por las barandillas, por las escaleras se tardaba más, y salí a la calle. Reía a carcajadas, la ropa se me pegaba al cuerpo, bailaba al son de una música imaginaria.

¡Mi madre!

Venía de la compra. Y sin mediar palabra, me cogió como si fuera un conejo, por el pescuezo.

—¡Arriba! Que contigo no gano para catarros.

 

© Marieta Alonso Más

 

domingo, 16 de febrero de 2025

Nuevo Akelarre Literario nº 113: Un juego de té de porcelana inglesa

 




Fueron los chinos, los primeros en elaborar teteras y tazas de cerámica y barro con forma de cuencos. Más tarde, la aparición del caolín dio paso a la creación de finísimas tazas de porcelana, que llegarán a Europa a finales del siglo XVII. En Gran Bretaña, se incorporaron el platillo y el asa.

Hoy, un precioso juego de té de porcelana inglesa Mason’s es el motivo que inspira nuestros relatos. 

Esperamos que los disfrutéis bebiendo esta deliciosa infusión.

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https://www.nuevoakelarreliterario.com/juego-de-te/

domingo, 9 de febrero de 2025

Amantes de mis cuentos: Esa soy yo

 



Me llamo… ¡Qué importa mi nombre! Soy mujer. Por lo tanto, una contradicción. Eso diría el tío Tomás que tenía un serio enfrentamiento con las de mi sexo después de casarse siete veces.

Me miro al espejo y compruebo que hace algunos años medía un metro y cincuenta y cinco centímetros, con la edad he menguado a metro y medio. En cambio, he subido de peso. Debe ser porque me gusta el arroz con leche, unos días con canela y otros me la pide el cuerpo. Ahora llevo gafas para leer. Antes no. Desde niña veía con el ojo izquierdo de lejos y con el derecho de cerca. Tras la operación de cataratas solo veo bien de lejos. Hay que ver cómo cambiamos con el paso del tiempo.

A veces me siento como un árbol centenario, como ese ahuehuete que de vez en cuando visito en El Retiro. Me comprende mejor que muchos mortales con los que no logro entenderme. Lo siento así cuando descoso mis labios para hablarle de mis cuitas y me contesta en susurros.

Si por mí fuera estaría todos los meses un día aquí y otro allí. Viajar es uno de los mayores placeres. Me gusta. A mi ritmo. Recreándome con las iglesias y catedrales, los monumentos, las calles estrechas, las avenidas, los parques, los árboles, la gente…

En apariencia el género humano tiene las mismas necesidades, pero lo que hace único a un país, es la forma de enfrentarse a lo cotidiano. Unos al caer la noche se encierran en sus casas, a descansar, dicen. Otros, como yo, son tan callejeros que si se cayera el tejado de su casa no sufrirían daño alguno.

Ya lo dijo no sé quién: «La vida es bella».

 

© Marieta Alonso Más

 

domingo, 2 de febrero de 2025

Amantes de mis cuentos: Huellas del camino

 


 

Cuenta la leyenda que el juego de La Oca fue creado por los templarios en el siglo XII, inspirándose en el Camino de Santiago. Eso comentan. A mis nietas les encanta y cada tarde le dedicamos un buen rato.

Hoy los recuerdos se me agolpan. Vuelvo a aquella época cuando, muy ufano, me fui a Roncesvalles. Alquilé una bicicleta, sin acordarme el trabajo que cuesta sortear el abismo que media entre las aspiraciones y las aptitudes de uno.

Antes de comenzar el Camino entré a ver a la Virgen. Cuatro hombres y dos mujeres esperaban a que los religiosos terminaran de rezar los «laudes». Estaban sentados, cada uno en un banco, eso demostraba que no se conocían.  Al finalizar los rezos, un sacerdote nos dio la Bendición.

—Venga, abuelo, te toca tirar.

Salí de la Iglesia. Cada cual tomó su camino. Me puse la mochila a la espalda, pero en vez de subirme a la bicicleta se me ocurrió que habiendo leído que la Colegiata era el único ejemplar en España del gótico francés, lo menos que debía hacer era visitarla.

Dicen que la edificó el rey Sancho VII El Fuerte, el que medía dos metros y le tuvieron que enterrar con las piernas cruzadas. ¡No cabía en el ataúd! Este rey participó en la batalla de las Navas de Tolosa y de allí se trajo unas cadenas que desde entonces forman parte del escudo de Navarra. No pude ver la famosa esmeralda de Miramamolin, ni el Ajedrez de Carlomagno. No recuerdo el motivo.

Después de saciar mi curiosidad me dirigí a Burguete, es un pueblo con techumbres a cuatro aguas. Así que seguí hasta el Espinal. Las casas son muy parecidas al anterior. Lo dejé atrás.

Ante mis ojos apareció Viscarret y aparqué cerca de una de las señales del camino. Un buen bocadillo de jamón y queso, aderezado con vino era lo que me apetecía. Con la barriga llena y cantando seguí mi rumbo. Llegué a Zubiri, nada más entrar me topé con una señal: Puente medieval y albergue de peregrinos. Lo que buscaba. Me voy a cenar. Mañana será otro día.

−Abuelo, has caído en el puente, tienes que ir a la Posada y pierdes el turno.

−¿Qué?

Siempre he tenido fama de tramposo en los juegos de mesa, pero esta vez estoy alelado recorriendo el Camino a la vez que juego. 

Al día siguiente, suena el despertador a las cinco y media de la mañana. Me levanto con agujetas. Esto de pedalear tiene estas consecuencias. Continúo mi camino y encuentro a dos ancianos de unos noventa años que hablan de sus cosas. Presto atención. Uno de ellos es hermano del que fue cura durante cuarenta años en ese pueblo. Hablan de la Guerra Civil y de cómo está la juventud. El otro cuenta que su padre murió en la Guerra de Cuba.

−¡Eh, abuelo! Espabila.

Tiro el dado con desgana y caigo en la casilla de la cárcel. Tendré que dejar pasar dos turnos.

Llego al refugio de Trinidad de Arre. A los peregrinos que iban andando y en bicicleta les he perdido de vista. Yo voy a mi aire. A ver, ¿es culpa mía pararme a contemplar esas buganvillas, ese derroche de colores que encuentro por el camino?

−Abuelo, ¡despierta!

Mi hija, como siempre, mete baza, la escucho aunque habla bajo: Hay que ver lo cargantes que son los hombres. Si no fuera porque debemos perpetuar la especie se podría prescindir perfectamente de ellos.

No me molesto en contestar. Tiro el dado y con tan mala suerte caigo en la casilla de la Calavera: tengo que volver a la casilla número uno.

−Abuelo, ¿qué te pasa, hoy?

−Es que estoy pensando en el cantar de los ríos, en las iglesias románicas donde se escucha el silencio, en la tierra reseca que aguarda la tormenta...

Mi prosa poética ha sido interrumpida por un grito atronador:

—¡He ganado! —y frente a mi deteriorado oído, chilló— ¡Soy la mejor!

Es la mayor de mis nietas que es idéntica a su madre. La pequeña se tiró al suelo y se echó a llorar. Y yo, de pronto, no me explico qué me ha pasado. ¿Cómo es posible que me haya dejado ganar?

 

© Marieta Alonso Más

domingo, 19 de enero de 2025

Nuevo Akelarre Literario nº 112: Las gafas

 



El origen de las gafas de sol se sitúa en las regiones árticas de América del Norte y parte de Siberia, donde los esquimales crearon este utensilio para protegerse. Posteriormente, en China, desarrollaron una tecnología para ahumar los cristales y así oscurecerlos. A mediados del siglo XVIII se utilizaron lentes tintadas para tratar problemas de visión, pero no sería hasta el XX cuando se popularizó su uso gracias a los actores y actrices de cine.

Disfrutad con nuestros cuentos.

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