domingo, 13 de julio de 2025

Amantes de mis cuentos: Vida casi miserable

 



 

Esto de vivir causa fatiga. Desde el mismo momento de nacer tuve la sensación de que nadie me estaba esperando. A mi madre se la llevaron a quirófano y yo estaba solito bajo una cámara de oxígeno. Luego me cogieron por las piernas y boca abajo me dieron unas buenas nalgadas hasta que solté un berrido.

Si yo fuera un lobo feroz lucharía por desterrar las injusticias que hay en el mundo, y en particular en mi casa, pensaba a mis siete años ante un plato de judías verdes que estaban asquerosas. Ni una en el plato, me advertía mi madre, y eso significaba que si se me ocurría desobedecer no podría ir a jugar con mis amigos.

¿Por qué tengo tan mala suerte? La madre de Daniel, mi mejor amigo, nunca le obliga a comer judías verdes. Ella es quien debía haber sido mi madre y no la vegetariana que tengo. 

Menos mal, que en mi ayuda siempre viene Conga, mi adorable perrita, que paciente espera que salten por el aire las judías masticadas. Al no haber rastro de ellas su madre se cree que están en mi barriga.

Ya en la pubertad gritaba pidiendo amor y ni siquiera el eco contestaba. Y buscando un gran amor me casé cinco veces y con cada una cinco hijos. Lo único que he hecho durante toda mi vida es trabajar para ellos.

Ayer, leyendo el periódico local me topé con mi esquela. Llamé por teléfono a la redacción y me dicen que, si quiero comprobarlo que vaya al tanatorio del pueblo, a la sala número 7.

Allí me presento y me veo de cuerpo presente.  Nunca he sido tan feliz. Toda mi familia reunida, unos tristes, otros menos y mi primera mujer llorando. Nunca debí separarme de ella.

 

 

© Marieta Alonso


 

 

domingo, 6 de julio de 2025

Amantes de mis cuentos: Ser vago requiere mucho esfuerzo

 




Hay tres clases de animales en el mundo: Los herbívoros, los carnívoros y aquellos que comen todo lo que prepara su madre. Ése soy yo.

Mi padre era un hombre ahorrador. Todo su afán era comprar pisos. El ladrillo es una buena inversión, decía siempre. Mi madre no paraba de hacer cosas. Era una hormiga. Y entre los dos lograron tener cinco pisos. Yo no. Soy de los que ni siquiera buscan excusas para no trabajar. Me levanto sin necesidad de oír el ruido del reloj.

Mi madre me tiene el desayuno preparado, lo ingiero, después doy un paseo para mantenerme en forma y hablar con los amigos. Luego regreso y me pongo a leer. Mamá es una excelente cocinera, así que como, me echo una siesta de unas dos horas y vuelvo a mis libros. Ceno y salgo a la calle para olfatear el aire nocturno y mezclarme con los fantasmas. Mis pasos son ágiles y silenciosos, como si fuera un comanche. Aunque me encanta la madrugada, soy como Cenicienta a las doce en punto regreso y me voy a dormir.

A veces, cuando mi madre se levanta de mal humor, suele repetir que los pájaros aprovechan la luz del día para recoger semillas y yerbas para el nido. Cuando oscurece se recogen para pasar la noche. También los tigres duermen durante el día en algún lugar sombrío, pero rondan durante toda la noche en busca de alimento. Y la pesada termina: «Mal lo pasa quien con un vago se casa».

La tranquilizo. No seré yo quien se case. Requiere mucho esfuerzo.

Y ella llora porque nunca va a conocer un nieto.

Hace quince días a mi madre se le ocurrió morirse. Me quedé de una pieza. Sin saber qué hacer me vino a la mente la oración que rezaba todas las noches: ¡Ayúdale Señor, a andar derecho!

Y ¡vamos!, sí que anduve derecho. Alquilé los pisos y ahora vivo en este hotel a cuerpo de rey.

 

© Marieta Alonso Más

domingo, 29 de junio de 2025

Amantes de mis cuentos: La loba

 






Ilustración de Carl Offterdinger

 (1829-1889)





Tras su divorció, emigró con sus siete hijos a la capital en busca de libertad, bienestar y sobre todo poner tierra por medio entre el agresivo de su marido y ellos. La ristra de hijos comprendía desde los nueve años del mayor hasta los seis meses del pequeño, cabían debajo de una canasta. Todas las mañanas salía a trabajar como asistenta. De lunes a viernes, los de edad escolar a clases y los otros una vecina se los cuidaba. Los sábados los mayores cuidaban de los pequeños durante la mañana. Cada vez que su madre salía les recomendaba no abrirle a nadie la puerta de la calle. Lo tenían prohibido. No se cansaba de repetirlo. Regresaba a las tres de la tarde, organizaba la casa y los llevaba a jugar al parque después de hacer la única comida fuerte del día.

Desde un banco del parque una mujer les observaba. Pensaba que la vida era injusta, que Dios le daba barba al que no tenía quijada porque aquella mujer sin medios económicos tenía siete hijos, en cambio, ella que lo tenía todo era estéril.

Los miraba de reojo, de frente, intentaba oír la charla infantil e ideaba la forma de ganarse la confianza de la madre y de los niños. Y así fue. Llegó a ser la señora de las chuches.

Un sábado por la mañana tocó a la puerta de la casa de los niños y dijo que les traía bocadillos. Tenían prohibido abrir la puerta, contestó el mayor.

—Pero si soy yo, vuestra amiga.

—No, no podemos abrir, cantaron a coro.

—Lástima, tendré que tirar los bocadillos.

—¿Por qué no nos lo llevas al parque?

—Es que esta tarde no voy a poder ir.

Mientras tanto el mayor iba trayendo libros al pie de la puerta para subirse en ellos y mirar por la mirilla. Comprobó que era la señora de las chuches:

—Le voy abrir, pero solo un momentico.

Dicho y hecho. Nada más abrir la puerta se arrepintió. La señora traía una cuerda y fue amarrando uno a uno menos al mayor que había salido corriendo a esconderse y al pequeño que lo llevaba en brazos. Ella no perdió tiempo en buscarle. Se marchó con los otros seis.

 

Al llegar la madre se sorprendió al ver la puerta de par en par. Histérica comenzó a llamar por sus nombres a sus hijos. Nadie contestaba. Fue de habitación en habitación. Al llegar a la cocina…

—¡Mamá!

—¿Dónde estás?

—Aquí.

Y siguiendo la voz le encontró casi morado metido en el frigorífico. Llamó a la policía mientras lo llevaba al Hospital. La policía ya estaba al tanto. La vecina que cuidaba por las mañanas a los pequeños lo había visto y oído todo y estaba a cargo de los seis pequeños. Tras las rejas, una mujer, gritaba que eran sus hijos.   

 

© Marieta Alonso Más

domingo, 15 de junio de 2025

Nuevo Akelarre Literario nº 117: Misión de Nuestra Señora de la Purísima Concepción

 


Las misiones de la Alta California estaban situados a unos 48 kilómetros de distancia unas de otras, aproximadamente un día de viaje a caballo o tres días a pie. La tradición dice que los frailes plantaron granos de mostaza a lo largo del camino para marcarlo con brillantes flores amarillas.

Este mes las cuatro escritoras hacen un homenaje a quienes dejaron su impronta en la Historia.


 Pinchad el link y disfrutad

https://www.nuevoakelarreliterario.com/la-mision/ 

domingo, 8 de junio de 2025

Amantes de mis cuentos: La luz de la luna

 


 

Mi hermana y yo somos gemelas. Tenemos cinco años. Ella se llama América y yo Europa. Cosa de mis padres. A nosotras nos gustaría llamarnos Carmencita y Pilarín, pero no puede ser. Hay unos libros donde ya están escritos nuestros nombres.

Hace muchos días vinieron los abuelos a nuestra casa pusieron sábanas a los muebles, rellenaron una maleta con nuestra ropa, juguetes y un montón de papeles. Nos trajeron a su pueblo. Dicen que nuestros padres se fueron de viaje, nada menos que a la luna.  

La casa de los abuelos está muy cerca del río, es muy grande, con los techos muy altos, por las noches se oyen ruidos muy extraños, las maderas crujen como si alguien las pisara. El abuelo dice que no nos preocupemos, que son los fantasmas. 

Y nuestra mente de niñas se envalentonó, unas veces eran fantasmas buenos, otras malos. Se lo preguntamos a la abuela y nos dijo que ni fu ni fa y siguió con la cena. Las dos tomadas de la mano nos sentamos a pensar que así se llamaban y que por las noches con unas sábanas blancas mecidas por el viento entraban en nuestra habitación, se nos quedaban mirando y luego, ante el ventanal, contemplaban la luna.

Esa noche delante de la foto de bodas de nuestros padres les hablamos muy seriamente. Que regresaran, que se dejaran de tanto viajar, que cerca de nosotras vivían unos fantasmas a los que les gustaba la luna y que, quizás, por estar hambrientos —la abuela nos obligaba a comerlo todo— a lo mejor pretendían tragarse a los turistas de la luna. Que tuvieran mucho cuidado.

Al día siguiente estábamos jugando con nuestras muñecas tiradas en el suelo del comedor, cuando oímos a la abuela hablar en susurros con la vecina. Como es natural nos levantamos y pegamos las orejas a la puerta. Le decía llorando la tragedia que había caído sobre nuestra familia. Nuestros padres habían muerto en un accidente de coche.

Ahora sí que lo comprendimos todo. Los fantasmas no eran unos extraños, eran nuestros padres que nos arropaban de noche.  



© Marieta Alonso Más


domingo, 1 de junio de 2025

Amantes de mis cuentos: Séptimo cumpleaños

 



Por la puerta siempre abierta se asomaba la cara de un niño. Sus ojos, negro azabache, brillaban repletos de risas. En el establo que estaba a pocos metros, una vaca pateaba el suelo y otra estaba acostada sobre la hierba. Hasta él llegaba un penetrante olor: la mezcla de paja y estiércol.

Se oyó la voz de la abuela llamando a desayunar. Era el día de su cumpleaños. A mediodía irían a celebrarlo a casa de la tita Ofelia. Le encantaba comer en casa ajena. La abuela siempre hacía cocido, pero su tita, no. Al primero le llamaba aperitivos: queso, jamón, lomo, aceitunas, ensaladilla rusa… Todo le gustaba. Luego le ponía en el plato un inmenso filete de ternera que el abuelo cortaba a cachitos. De vez en cuando, el anciano le robaba uno y él hacía como si no lo hubiera visto. Por fin el postre: arroz con leche. Y el primer regalo. No sabía cómo se las ingeniaba, pero tita Ofelia siempre acertaba con lo que él más deseaba y eso que estaba en una silla de ruedas. El regalo de los abuelos era muy barato, cientos de besos. Lo demás eran malcriadeces, comentaban.

Luego volvían a la finca para recibir la visita de su tío Ramón y su tía Hortensia, las dos cuñadas se toleraban. Y lo mejor de todo, la llegada de sus cinco primos. Recibía más regalos y a jugar. Era feliz entre tanta gente, entre tantas emociones.

Pero aquel cumpleaños terminó en desastre. Uno de los primos corriendo tropezó con la mesa y el juego de té, la joya de la familia, se hizo añicos.

Han pasado muchos años. Y todavía recuerda la expresión de terror de la tía Hortensia y el grito de la abuela ¡Dios mío! Desde entonces detesta el té. Bebe café.

 

© Marieta Alonso Más    

 

 


domingo, 25 de mayo de 2025

Amantes de mis cuentos: No sé si soy normal

 


 

Tengo una amiga de la infancia. Estudiamos en el mismo colegio, en la misma Universidad, trabajamos en la misma Empresa, nos casamos el mismo año y cada una tuvo tres hijos: ella varones, yo chicas. Enviudamos con mes y medio de diferencia. Ya estamos jubiladas.

Por suerte, aunque vivimos en la misma ciudad, media hora de trayecto en autobús nos separa. Lo digo porque a veces me dan ganas de retorcerle el pescuezo. Si digo de ir al cine hay que ver la película que ella quiere, si vamos de compra considera una birria lo que a mí me gusta, si la animo a formar parte de un Club de Lectura, más de tres es multitud, si la invito a merendar pone pegas a todas las tapas y dulces que pongo en la mesa…

Pero, hoy, otra amiga se ha puesto a despotricar de ella y me ha sentado fatal.

 

© Marieta Alonso Más