domingo, 7 de agosto de 2016

Amantes de mis cuentos: La mitad de una moneda


Inger bajo el sol. Edvard Munch



Desde niña fue su hombre. Se hicieron novios en la adolescencia. Él abandonó la aldea gallega donde vivían y se marchó hacer las Américas. Ella quedó a la espera. Todas las tardes al anochecer, se sentaba sobre las rocas junto al mar a soñar con su regreso.

Los años fueron pasando, las cartas vienen y van, hasta que se casaron por poderes. Ya esperaba el barco para marcharse junto a él cuando la guerra hizo que quedara atrapada en su aldea. Era tanto su dolor, sus ansias de él que comenzó a frecuentar a una hechicera famosa por su buen hacer.

Le hablaba de su temor a morir sin haber sido suya y tanto, tanto lloraba, que la adivina se apiadó de ella. La noche de San Juan, con la luna llena allá en lo alto, le dio a ingerir un amargo brebaje. Corriendo se fue hacia las rocas, se quitó y dobló el vestido con delicadeza, se acostó en la arena y con la mirada en el mar, lo esperó.

Él vino puntual, regalándole la mitad de una moneda de plata, le contó su vida por aquellos lares, acarició su pelo, yacieron juntos y se fue con un ¡Hasta pronto!

A los nueve meses nació su retoño. Las murmuraciones se hicieron eco por la tierra, por la ría, por el océano. Los suegros la despreciaron, las amigas le hicieron el vacío, no por haberse quedado embarazada sino por no ser sincera con ellas, ni siquiera sus padres podían creer lo que contaba. Enseñaba el regalo, su media moneda. Daba igual, no le creyeron. Y ella le pedía a la maga que deshiciera ese entuerto, que silenciara dichas calumnias. ¿Quién sino ella sabía la verdad de todo? Mas la hechicera sonreía susurrando: Los hechos las acallarán.

Siguió yendo a las rocas, a la mar, con su barriga, con su hijo en brazos, de la mano, corriendo detrás de él.


Cinco años más tarde, una mañana de primavera, un barco arribó con su amado. La meiga vino a contárselo. Se puso aquel vestido, testigo de su noche de amor, una diadema de flores silvestres adornaba sus cabellos, al niño lo peinó con la raya al lado y juntos se fueron al centro de la plaza, frente a la iglesia, con su media moneda plateada colgada al cuello. Lo vio venir a lo lejos, serena lo esperó, él con su media moneda en alto, llegó, y a la vista de todos unieron las dos mitades. 






© Marieta Alonso Más

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