domingo, 28 de septiembre de 2014

Amantes de mis cuentos: Papá Noel

El viejo Papá Noel.
Ilustración de un libro estadounidense.
Año 1855
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Me molesta ese afán de Rebeca por meterse en todos los charcos. No sé como puede tener tantos amigos, si a mí, ella, a veces me sobra. Ahora se le ha ocurrido pedir dinero, juguetes, comida, para entregarlos personalmente a unos desharrapados. Pretende, la ilusa, que la ayude en la entrega de los juguetes. Ella sabe perfectamente que no me gustan los niños. No los soporto. Me parecen los seres más egoístas del universo.
        
La tía es muy sutil. No levanta la voz. No me lleva la contraria. Se cree que no me doy cuenta. Tiene un disfraz de Papá Noel, que mira por donde, al único que le sirve es a mí.
       
Se lo dije: primera y última vez que me visto como un mamarracho. Y aquí me tiene a la espera de que finalice el teatro con el que se le ha ocurrido entretenerles. Ya viene a buscarme. Se me echan encima. Es por los juguetes porque a mí lo niños nunca me han hecho caso. Uno de 10 años se acerca:
       
-Se te está cayendo el gorro y eres calvo. 

Me callo a tiempo.

      Siento que me tiran de la pernera. Miro hacia abajo y veo a un mocoso, no por la estatura, es por los mocos que tiene en la cara.



¿Qué quieres? 

Le digo de la mejor manera. Y el mierdecilla que me mira.

Toma un juguete. 

Lo coge y que se queda mirando.

‒¿Quieres caramelos? 

Me extiende la mano libre. Y sigue mirándome. Para que no me oiga Rebeca me agacho y le digo al oído:

¿Qué coño quieres? 

Y me suelta:


Un beso, Papá Noel.

© Marieta Alonso Más




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